Edgar Wright, el director de ‘Shaun of the Dead’, ‘Baby Driver’ y la próxima ‘Última noche en el Soho’ se estrena como documentalista con su grupo favorito, Sparks. ‘The Sparks Brothers’ no es el primer documental que existe sobre el dúo. Pero sí que es el primero en el que Ron y Russell Mael se implican (y se explican) plenamente. Su reticencia a los documentales, cuentan, es debida a que los ven como un artefacto para homenajear a gente muerta o ya en las últimas. Sin embargo, la insistencia del “fanboy” (así aparece jocosamente en el film) Wright y su carrera como director, ayudaron a hacer el proyecto feliz realidad, dada la querencia de los hermanos Mael por el cine.
Wright explica la historia de Sparks en estricto orden cronológico. Desde del nacimiento de los hermanos Mael en California y su pasión por la música desde bien pequeños, a toda su carrera desde la etapa Halfnelson, llegando hasta la reciente ‘Anette’ de Léos Carax. Un periplo extensísimo que ocupa más de dos horas de metraje, en la que se repasan sus más de 50 años de carrera y sus 25 discos, el fracaso inicial, la marcha a Reino Unido, el bombazo de ‘Kimono My House’ y todo el movimiento fan que conllevó, el paso de epítomes del glam a máximas estrellas del techno-pop, su desaparición entre 1988 y 1994, su pletórico regreso y su fenomenal estado de gracia durante los dos miles. Y, sobre todo, la inquebrantable voluntad del dúo de hacer siempre lo que les ha dado la gana, ajenos a modas o presiones comerciales.
Todo a ritmo Wright. El director sabe imprimir al documental su sello, el frenesí que brilla en sus obras de ficción. ‘The Sparks Brothers’ tiene una estética ultra-pop y algo kitsch, está repletísimo de fantásticas imágenes de archivo (la palma se la lleva un loquísimo concierto en Birmingham de 1974 con las fans desatadas) y anécdotas fabulosas. Y sí, este también es un documental de “cabezas parlantes”. Los primeros, los hermanos Mael narrando su propia historia, claro. Aquí hay una ingente cantidad de entrevistas: amigos y colaboradores (Christi Haydon, Alex Kapranos), productores (Todd Rundgren, Giorgio Moroder, Tony Visconti…), mánagers, fans e incluso alguna que otra víctima colateral de la ambición musical de los Mael. Y donde no hay archivos visuales, Wright se saca de la manga montajes con imágenes de stock o unas divertidísimas animaciones que salpican todo el metraje e ilustran montones de anécdotas. Y lo más importante: el documental está repleto de música, música y más música: clips, actuaciones televisivas y fragmentos de conciertos se muestran de manera generosa.
‘The Sparks Brothers’ es una rendición incondicional y en ningún momento oculta que es producto de un fan. Y quizás es ese el único pero que se le puede poner: que hay demasiados admiradores rindiendo pleitesía. Wright subraya en exceso que Sparks son un grupo de culto idolatrado por otros artistas de culto. La presencia de dúos de electrónica se comprende por la afinidad espiritual: por aquí están “The Other Two”, Stephen Morris y Gillian Gilbert o Erasure. Pero la participación de gente como Beck, Mike Myers, o Flea (entre otros muchos) tampoco aporta nada; el documental habría ganado en agilidad sin ellos. No son necesarios para mostrarnos que Sparks son muy grandes.
Porque al final, lo que hace a ‘The Sparks Brothers’ un film irresistible y memorable es su apabullante cantidad de guiños y detalles, lo abigarrado y excesivo que es. Como los propios Sparks. Pero, sobre todo, por el lujo que supone contar con los Mael explicando su historia. Tan lacónicos como una puede esperar, pero con el punto justo de ironía y desmitificación, sin abandonar nunca sus personajes: Russell el cantante guapo de gran voz, Ron el genio musical impávido e inquietante. ‘The Sparks Brothers’ es una gozosa celebración de su personalidad y su música. Después de verlo, es probable que a) si no eras fan, te vuelvas inmediatamente b) Si ya lo eras, lo seas aún más y te pases semanas obsesionade con su música. SPOILER: A mí me ocurrió.