El regreso de Elvis Costello tras su ‘Hey Clockface’ de 2020 no podía ser más distinto: tras el tono más experimental de aquel, tildaríamos este nuevo ‘The Boy Named If’ como un “back to basics” de libro si el propio Elvis no hubiera censurado ese cliché en nuestra entrevista con él de hace un par de semanas. Pero en realidad tiene razón, porque si bien en cuanto a sonido y energía estamos ante un reencuentro con los Imposters y su dinámico sonido clásico, las capas narrativas del disco distan mucho de las letras de sus comienzos.
‘Farewell, OK’ abre el álbum con un guiño tan marcadamente Beatles (Macca casi podría estar en esos coros del estribillo) que despista un poco. Pero aunque no tenga mucho que ver con el resto de canciones, funciona como excelente inicio y aporta la dosis adecuada de sarcasmo para una canción de despedida porque alguien se marcha… o quizá le echas tú. Minutos después, el rumbo del resto del álbum queda fijado ya con la llegada de ‘The Boy Named If’: además de contar con un muy bonito doble estribillo los arreglos de Steve Nieve al órgano y el piano elevan muchísimo la canción, bastante más que la producción simplemente correcta de Sebastian Krys.
Y, más importante, el tema provee el anclaje conceptual del disco, encarnado en ese niño imaginario que según ha explicado el autor fabricamos de pequeños para echarle la culpa de nuestras travesuras (“¿quien apuntará con el dedo a una habitación vacía susurrando mi nombre?”) pero que en muchos casos mantenemos ya de adultos para seguir no aceptando responsabilidades (“¿quién rompió tu corazón favorito? Fui yo, el chico llamado Si”).
A partir de ese punto, además de transitar con la elegancia de un genio del transfuguismo estilístico por todo tipo de senderos (el rock new wave de ‘Mistook Me For A Friend’, el music hall de ‘The Man You Love To Hate’, el aire jazz de ‘Trick Out The Truth’…), Costello va desgranando la interesante complejidad de buena parte de las letras. No en vano la versión deluxe viene acompañada de un libreto con ilustraciones suyas que complementan el plano narrativo de las canciones. Predomina un gusto por trazar mini relatos con personajes en situaciones ambiguas e intrigantes: como la protagonista de ‘Penelope Halfpenny’ con sus manejos junto a la iglesia y esa referencia a “cuando solía trabajar de informadora de Scotland Yard”. O en una de las piezas centrales, ‘My Most Beautiful Mistake’, que como nos explicó en la entrevista versa sobre un guionista que parece ligar con la camarera de un bar pero cuyo argumento parece dar un giro misterioso más adelante, jugando con metarreferencias (¿habla el protagonista sobre su vida o es todo parte de una película?).
En otros momentos Elvis refresca sus letras adoptando puntos de vista novedosos, como el de una mujer en ‘The Difference’ (otra canción con un gancho muy seductor en los estribillos, una vez más aumentado por la artesanía arreglística de primer orden de Steve Nieve). El problema aparece cuando a letras igualmente fascinantes les acompañan canciones más del montón, como ‘What If I Can’t Give You Anything?’ o ‘Magnificent Hurt’. Da la impresión en esos pasajes que estas trece piezas podrían haber adelgazado hasta formar un disco mucho más redondo de nueve o diez. No es que ninguna sea mala, pero palidecen frente a los momentos verdaderamente brillantes, como la sublime ’Paint The Red Rose Blue’. Su letra, sobre una pareja que trata de superar un trauma, es otro de los momentos más bellos (“Ahora que ella y yo compartimos un dolor indescriptible, tengo que creer en algo, en lo que sea. Pinta la rosa roja de color azul”). En ella, la voz de Elvis es la más delicada del disco… una tesitura que regresa para el tema de cierre, la hermosísima ‘Mr. Crescent’. Su balsámico tono acústico y arreglos ambientales dejan un muy buen sabor de boca.