Ránking en el que valoramos todas las canciones y actuaciones que hemos enviado al Festival de Eurovisión. En esta primera parte aparecen las 31 peores, es decir, los puestos entre el 62 y el 32.
Actualización: El ránking ha sido actualizado el 13 de mayo de 2023 con la incorporación de Blanca Paloma y la subida de Chanel.
62. Bloody Mary, de Las Ketchup (2006, puesto 21 de 24)
Un año después de enviar a Son de Sol para aprovechar el tirón internacional de Las Ketchup y ‘Aserejé’, TVE decidió enviar directamente a Las Ketchup. Y lo hicieron, Dios sabe por qué, con una canción que no se parecía en absoluto a ‘Aserejé’. ‘Bloody Mary’ es una composición sugerente, con una estructura intrincada y unos arreglos de bossanova, lo cual construye un ambiente intrigante pero es nefasto para Eurovisión, donde solo sonó plana y cero memorable. La actuación de Las Ketchup es, probablemente, lo peor que ha hecho España en el festival. Pilar arrancó con la frase “Un bloody mary, por favor”, que en el disco es susurrada, sexy y evocadora pero aquí sonó como si estuviera en la barra libre de la comunión de su prima. La coreografía era digna de una función de fin de curso: parecía que no habían ensayado y se la estaban inventando sobre la marcha. Una canción interesante, aunque inapropiada para Eurovisión, arruinada por una actuación bochornosa, desganada y mal preparada.
61. Algo prodigioso, de José Guardiola (1963, puesto 12 de 16)
Los primeros acordes de esta canción casi suenan a Bond, pero enseguida se convierte en lo más aburrido que España ha enviado jamás a Eurovisión. Trata sobre un niño que duerme la siesta (la letra la compuso Carlos Murillo, el señor que hacía la quiniela en el periódico ABC) y la interpretación de Guardiola, con su bigotito clásico de galán del franquismo, demuestra que era un cantante de otra época. Él venía de los teatros, donde la expresividad debía ser exacerbada, los ojos vidriosos miraban al infinito y la mandíbula se tensaba hasta la desfiguración para proyectar la voz hasta la última fila. Pero esto era televisión, un medio recién nacido para el cual Guardiola no estaba preparado. Sus primeros planos por momentos parecen una parálisis del sueño.
60. Y solo tú, de Bacchelli (1981, puesto 14 de 20)
En los 80 el festival permitió llevar pistas grabadas para reproducir sonidos que la orquesta no pudiera crear, lo cual benefició a este medio tiempo con base de disco calipso, pero Bachelli era un galán romántico y no supo darle a la canción el carisma y la energía que necesitaba.
59. Colgado de un sueño, de Serafín Zubiri (2000, puesto 18 de 24)
Por alguna razón, TVE repitió con Zubiri tras su mediocre participación de 1992. Y lo hizo con una canción aún más sosa. Llegaba el siglo XXI, la gente se conectaba a la red y Eurovisión pasaba de celebrarse en teatros a llenar estadios, pero TVE todavía se negaba a adaptarse. ‘Colgado de un sueño’ es una canción similar a otras cinco con las que España había fracasado a lo largo de la década anterior: predecible, árida, olvidable, sin gancho, sin vida. Cuesta creer que sea de 2000.
58. Amanece, de Jaime Morey (1972, puesto 10 de 18)
‘Amanece’ es una obra menor del genio Augusto Algueró, uno de los compositores con un repertorio más emblemático de España: es autor de ‘Penélope’, ‘La chica ye-ye’, ‘Noelia’, ‘Te quiero’, ‘Mamá, quiero ser artista’ o ‘Tómbola’. Es una mezcla genérica de varios éxitos previos de España en el festival (‘Yo soy aquel’, ‘La la la’ y ‘En un mundo nuevo’) que Jaime Morey cantó sin sangre en las venas. A partir de la segunda estrofa se le ve ausente y distraído mirando al público. La razón es que alguien había tirado bombas fétidas en el patio de butacas y la gente estaba levantándose alertada. A pesar de su evidente cara de cabreo, Morey se crece en el estribillo final, se transforma en Tom Jones y hace volar la canción. Pero ya es tarde.
57. ¡Ay, qué deseo!, de Antonio Carbonell (1996, puesto 14 de 29)
Estaba compuesta por los Ketama, que en aquella época arrasaban con su flamenquito fusión. Pero en ese éxito también influía el carisma sensual de su cantante, Antonio Carmona. Su sonrisa, su calma y su cool. Y Antonio Carbonell no era Antonio Carmona.
56. Sobran las palabras, de Braulio (1976, puesto 16 de 18)
‘Sobran las palabras’ recurría a una fórmula, la canción melódica de gran orquesta, que ya estaba pasada de moda a mediados de los 70. Los jóvenes preferían a los cantautores protesta y Braulio era un señor con traje cuya idea de romance era cantar “Si ves que no me gusta conversar aprende a interpretar mi ausencia” o “Amar es algo más que hacer reír”. Su voz parecía el resultado de mezclar la de Iglesias, la de Serrat y la de Raphael. Aunque en realidad a quien más se parecía era a Cliff Richard, la superestrella del pop británico que había estado a punto de ganar en dos ocasiones y que en 2008 seguía exigiéndole a Massiel que le diera el premio a él.
55. Valentino, de Cadillac (1986, puesto 10 de 20)
Por fin TVE se animó a enviar algo que representase la modernidad musical de la década. Cadillac sonaba en las radios de jóvenes de la época y llevaron a Eurovisión ‘Valentino’, una canción sin estribillo. Eurovisión en los 80 está llena de experimentos como ese: el festival había caído en la irrelevancia y todos los países iban como pollo sin cabeza probando cosas curiosas. Aunque se aprecia la intención, ‘Valentino’ es lo último que debe ser una canción eurovisiva: imposible de recordar.
54. ¿Qué voy a hacer sin ti?, de Mikel Herzog (1998, puesto 16 de 25)
Aquella edición supuso un antes y un después en la trayectoria del festival. Ante la sangrante pérdida de audiencia, interés y relevancia, el festival se propuso reconquistar al público involucrándole en el festival a través del televoto. Esta modernización era necesaria porque a lo largo de los 90 la desconfianza del pueblo en las instituciones ya estaba asentada y la idea de que un puñado de supuestos expertos eligiesen las cosas a dedo resultaba muy antigua. La ganadora de 1998 no pudo ser más rupturista con la tradición: el público eligió ‘Diva’ de Dana International, una canción dance de una artista trans. Esa era la Eurovisión que queríamos. Por alguna razón, TVE decidió que este año era idóneo para llevar a un señor vestido como un niño de comunión con una balada sin personalidad que parece que dura seis minutos en vez de tres. Herzog carecía de presencia, carisma o pasión, lo cual sorprende porque es el productor de ‘El tractor amarillo’ de Zapato Veloz.
53. Baila el chiki-chiki, de Rodolfo Chikilicuatre (2008, puesto 16 de 25)
¿Os acordáis cuando en el colegio un chaval sacaba un balón dentro de clase, se ponía a darle patadas y cuando te daba un balonazo en la cara te decía “oye, que ha sido sin querer”? Pues eso es lo que hizo esta canción con Eurovisión. Al final ni quedó en un buen puesto, ni la broma tuvo tanta gracia, ni suena hoy en las discotecas de la gente básica, que fueron los que la votaron por las risas.
52. Contigo hasta el final, de El sueño de Morfeo (2013, puesto 25 de 26)
Lo mejor de la actuación es, curiosamente, lo que la hundió hasta el penúltimo puesto: esa evocadora gaita inicial y la aparición de Raquel del Rosario fundiendo su voz con ella en un in crescendo prometían un número musical glorioso, poético y grandilocuente. Pero de repente empieza la primera estrofa, el estribillo tarda 90 segundos en llegar y Del Rosario canta a punto de dar las notas pero no exactamente (lo que se llama “calar las notas”), visiblemente nerviosa. Es una canción, a medio camino entre The Corrs y La Oreja de Van Gogh, que en todo momento parece que va a ser mejor de lo que realmente es. Y luego se acaba. No es que la olvides al terminar, es que la olvidas conforme la estás escuchando.
51. Do It For Your Lover, de Manel (2017, puesto 26 de 26)
Se habló tanto del gallo que nadie pareció prestarle atención a la actuación. Y casi mejor. Manel es un cantantautor con talento, pero una elección nefasta para Eurovisión. Ese rollo soft rock playero a lo Jason Mraz, tan de anuncio de Estrella Damm, le gusta al público generalista (ese que colecciona Funko Pops, va a Escape Rooms y nunca se pierde La Resistencia) pero repele al público eurovisivo. Además, ese buen rollo sobre el escenario resultaba muy forzado y se volvía incómodo.
50. Voy a quedarme, de Blas Cantó (2021, puesto 24 de 26)
Un uptempo genérico puede quedar bien en Eurovisión si el cantante sabe venderlo, pero las baladas necesitan ser alucinantes para destacar. Y ‘Voy a quedarme’, por decirlo en pocas palabras, no es alucinante. Tiene una melodía demasiado enrevesada para resultar memorable y Cantó, un vocalista prodigioso tal y como demostró en Tu cara me suena, abusó demasiado del falsete. La canción suena a mil canciones que ya existen y, de nuevo, esto es una ventaja para las rítmicas pero un hándicap para las baladas: la canción perfecta para Eurovisión debe sonar familiar y a la vez sorprender. Pero también debe ser una gran canción. Y ‘Voy a quedarme’ no logra ninguna de esas cosas.
49. Llámame, de Víctor Balaguer (1962, puesto 16 de 16)
La primera canción de la historia de Eurovisión en acabar el festival con 0 puntos fue, inevitablemente, española. Este hito inauguró la relación que este país ha tenido siempre con el certamen: somos unos perdedores empedernidos, que parecemos sentirnos más cómodos con el pitorreo de la derrota que con la ilusión de ganar. ‘Llámame’ es una canción de estructura atípica: empieza con una introducción engolada, relamida y llena de florituras que evoca a Gene Kelly o Luis Mariano (ambos pasados de moda en 1962), pero luego pasa a la verdadera canción, que pertenece al género que entonces se llamaba “canción mediterránea” dentro del music-hall. Aparte de su asombroso parecido con ‘Luna de miel’ de Gloria Lasso, compuesta tres años antes, ‘Llámame’ no tiene nada destacable, aunque es curioso que solo tenga una estrofa al principio y luego se limite a repetir el estribillo hasta el final. Balaguer era un intento de crooner mediterráneo, pero es que en 1962 ya estaba Elvis petándolo por ahí.
48. La venda, de Miki (2019, puesto 22 de 26)
La venda era probablemente la peor de todas las candidatas en la preselección de OT, pero como las demás concursantes sabotearon sus actuaciones para evitar tener que ir a Eurovisión, el público apostó por Miki, el único que se mostraba profesional e ilusionado. Gracias a él la canción quedó en el puesto 22 y no en el 26, porque el rollo ska, loroloro y de flashmob no pinta nada por allí. La actuación era tan heteruza que al final Miki sacaba una GoPro y, por supuesto, no hacía absolutamente nada con ella. Solo quería fardar.
47. Ella no es ella, de Alejandro Abad (1994, puesto 18 de 25)
Existe un concepto en el argot televisivo llamado “el efecto Collins”. El origen es que en los 90, cada vez que actuaba en la televisión española Phil Collins, una estrella a la que costaba un dineral traer, la audiencia caía en picado. Había algo en él que provocaba el desinterés inmediato. La actuación de Abad sufre el efecto Collins. ‘Ella no es ella’ es una buena canción, aunque le falta garra en las estrofas, y sus referentes (Bryan Adams, Eros Ramazzotti) funcionan, pero Abad parecía venir directamente de 1966. Excepto porque en aquel año enviamos a Raphael, que es inmensamente más moderno que Alejandro Abad. El cantante (que años después compondría ‘Mi música es tu voz’) arriesgó demasiado con la voz, se pasó en la nasalidad y provocaba cierta incomodidad cuando cantaba “la que me excita” con una lascivia sobreactuada. Enviar una balada pop-rock cuando en el mundo real la gente escuchaba britpop, grunge o eurodance demuestra hasta qué punto el festival estuvo desconectado del público en los 90, sin duda su década de mayor irrelevancia.
46. Que me quiten lo bailao, de Lucía Pérez (2011, puesto 23 de 27)
Es un fenómeno extraño el de esta canción: según la escuchas te resulta simpática, pero al acabar no volverás a pensar en ella jamás. Pérez le ponía ganas, pero ni las gaitas pintaban nada ni las bengalas daban espectáculo. Parecían más las bengalas que encienden unos náufragos tras hundirse su barco. En este caso, el barco era España. Luego la cantante confesó que la canción no le encantaba. Ni a ella ni a nadie. ‘Que me quiten lo bailao’ olía a desesperación. Y eso es lo peor que se puede enviar a Eurovisión.
45. Todo esto es la música, de Serafín Zubiri (1992, puesto 14 de 23)
Una actuación atractiva visualmente, desde el director de la orquesta Javier Losada (productor de Tino Casal y Mecano) con su mullet y su esmoquin rojo hasta el propio Zubiri, un hombre guapísimo que parecía un modelo de Don Algodón con el que probablemente sea el mejor pelo que España ha llevado a Eurovisión en competencia con Miki y Blas Cantó. Zubiri, que es invidente, tocó el piano en directo delante del decorado de un barco vikingo (?), pero perpetró la peor interpretación vocal de España en Eurovisión. La canción, una balada genérica a lo Elton John con arreglos sin alma, tampoco ayudó. TVE ni siquiera se molestó en enviar a Malmö a los autores de la canción, que son los que recogerían el premio en caso de victoria.
44. Brujería, de Son de sol (2005, puesto 21 de 24)
Esta canción inauguró una racha infame de 11 «bottom 5» en 16 años. Pero un puesto tan malo para una canción tan apañada solo puede significar que los europeos, sencillamente, no la entendieron: Son de sol eran un remedo de Las Ketchup, pero iban vestidas de princesas árabes (con trajes que parecían sacados de Disfraces Toñi), pero cantaban un twist con influencia surf rock, pero su coreografía era es pop, pero sus voces eran flamencas, pero de repente aparecía un señor rapeando con la energía de un espontáneo borracho que se ha subido al escenario. ‘Brujería’ quería ser demasiadas cosas. Acababa fracasando en todas.
43. Say Yay, de Barei (2016, puesto 22 de 26)
Una canción festiva y pegadiza, una cantante que quiere ganar, un momento sorprendente con una (falsa) caída. Y sin embargo… ‘Say Yay’ es todo teoría y poca práctica. Barei es una de las representantes españolas que más trabajó para defender su canción y, quizá precisamente por eso, transmitía cierta energía de delegada de la clase. De estar pensando demasiado cada cosa que hacía. Y eso jugó en contra de su carisma. Cuando hacía el juego de pies en el estribillo era un poco la adaptación en movimiento del meme de “She’s so crazzzzzy… love her!!”. Barei demostró que existe el concepto “intentarlo demasiado fuerte”. Y eso hacía difícil disfrutar de su actuación.
42. Sin rencor, de Marcos Llunas (1997, puesto 6 de 25)
Una balada blanda, una actuación intrascendente, una TVE al que le daba completamente igual el festival y resulta que quedamos sextos. Llunas pertenecía a la escuela de Alejandro Sanz (que aquel año lanzaría Más), de baladistas que, a diferencia de sus antecesores, estaban más influidos por la música romántica latinoamericana que por la francesa y la italiana.
41. I Love You Mi Vida, de D’Nash (2007, puesto 20 de 24)
En las últimas cuatro décadas solo ha habido cinco años durante los cuales las boy bands estuvieron pasadas de moda: los que transcurrieron entre la separación de Backstreet Boys y la irrupción de One Direction. Adivinad qué país envió una boy band a Eurovisión durante esos cinco años. Además de ser un concepto desfasado (llevaban ropa blanca ocho años después de que BSB lo convirtieran en un cliché en ‘I Want It That Way’), D’Nash no era particularmente una buena boy band. Sus voces empastaban bien (aunque la recta final de su actuación fue un caos vocal), pero sus coreografías no eran tanto bailes como posturas y les faltaba esa energía disfrutona que le sobraba, por ejemplo, a los chicos de Auryn. La canción era una horterada increíble a medio camino entre ‘Dime’ de Beth, ‘My Number One’ de Elena Paparizou (ganadora dos años atrás) y ‘Can You Feel It’ de los Jackson 5. Hoy solo sirve para comprobar que los 2000 fue la peor década de nuestra civilización a nivel capilar, con esas mechas rubias, esos alisados japoneses y esas puntas hacia afuera.
40. Caracola, de TNT (1964, puesto 12 de 16)
Se quedó con 1 punto, pero merecía más. ‘Caracola’ es un hermoso homenaje a la canción ligera italiana y de hecho casi casi puede confundirse con clásicos como ‘Sapore di sale’ o ‘Abbronzatisima’, ambas lanzadas el año anterior a ‘Caracola’. Durante la actuación de TNT un activista irrumpió en el escenario con una pancarta que pedía el boicot a Franco y a Salazar, el dictador portugués, y la cámara enfocó al panel de votaciones mientras lo expulsaban del escenario. Aquel incidente no era aceptable en un festival precisamente creado para celebrar la armoniosa convivencia en la Europa de posguerra. Años después del festival un incendio en la televisión danesa destruyó las cintas, de manera que el de Copenhague de 1964 es el único certamen de Eurovisión del que no se conservan vídeos. Qué cosas.
39. Tu canción, de Amaia y Alfred (2018, puesto 23 de 26)
La cultura del “¡Son mis hijos!” alcanzó su cenit cuando España decidió enviar ‘Tu canción’ a Eurovisión porque a Aitana no le gustaba ‘Lo malo’, un más que garantizado top 5, y había que “protegerla a toda costa”. Amaia y Alfred, por el contrario, tuvieron que joderse e ir a Eurovisión con una canción cursi, aburrida y predecible, lastrada por una producción pobre, que solo funcionaba en base a una historia de amor que solo le parecía preciosa a los fans de OT y a Alfred, pero que evidentemente a Europa le daba igual. Ambos hicieron su papel, eso sí, y estuvieron adorables.
38. Tú volverás, de Sergio y Estibaliz (1975, puesto 10 de 19)
Dos años después del éxito de ‘Eres tú’, TVE repetía la fórmula con dos de sus integrantes y el compositor Juan Carlos Calderón. ‘Tú volverás’ pertenece a ese subgénero estrella del pop español del tardofranquismo, el de canciones sobre personas que cogían su mochila y se encaminaban hacia la aventura de la vida, en una metáfora del inminente futuro de libertad que España tenía por delante. Pero se parece demasiado a ‘Eres tú’, pasada por el filtro de Simon & Garfunkel, para resultar destacable.
37. Amanecer, de Edurne (2015, puesto 21 de 27)
Una de las actuaciones más frustrantes que España ha tenido en el festival. Todas las intenciones estaban ahí: la popstar, el maromo sin camiseta, los juegos de luces en plan diva sobrenatural… Pero nada funcionaba. La actitud de Edurne es demasiado vainilla para una canción tan angustiosa y se paseó demasiado cuando la canción pedía estarse quieta y dejar que el dinamismo lo aportasen el ventilador y los brazos. ‘Amanecer’ se parecía demasiado a ‘Euphoria’, la ganadora tres años atrás, y sonaba más a Azerbaiyan 2005 que a España. La puesta en escena confió demasiado en el reveal, pero llegaba demasiado tarde, no coincidió en ritmo con la canción y rompía la primera regla de los reveals: nunca, jamás, el segundo look puede ser más cutre que el primero. Una capucha preciosa dio lugar a un vestido de Pronovias y para cuando entró Giuseppe Di Bella, con una coreografía aparatosa y bastante poco grácil u original, ‘Amanecer’ ya estaba sentenciada.
36. Bailemos un vals, de José Vélez (1978, puesto 9 de 20)
El Dúo Dinámico, compositores de ‘La la la’, repetían con una canción bastante arriesgada. Este vals ya sonaba hortera en el contexto musical de finales de los 70 pero seguía encajando dentro de Eurovisión, que se iba quedando obsoleto conforme se acercaban los 80. El hermano de Vélez había fallecido en un accidente de tráfico cuatro meses antes, lo cual obligó al cantante a forzar una sonrisa que resulta algo perturbadora. Su traje blanco, su piel morena y sus dientes perfectos hacen que, cuando la cámara le enfoca solo a él, parezca una retransmisión en blanco y negro. Vélez perpetuó el estereotipo de que los canarios tienen más dientes que el resto de españoles y fue víctima de una leyenda urbana, la de que tenía mal fario, que se extendió tanto que Alfonso Arús convirtió su parodia, Pepe Gáfez, en uno de los mayores iconos televisivos de la década de los 90. Vélez, por cierto, cuenta en el libro ‘Yo tampoco gané Eurovisión’ que la orquesta tocó la canción más rápido sin avisarle. ¿Excusa, boicot o simplemente gafe?
35. Qué bueno, de Conchita Bautista (1965, puesto 18 de 18)
Una canción prometedora que no alcanza todo su potencial. Por un lado, los arreglos de la orquesta eran algo aparatosos y ahogaron la voz de Bautista. Por otro, la melodía de pop puro, pedía una voz más juvenil y ella sonaba como una señora folclórica con un cardado que no cabía en el plano, más interesada en apabullar con su talento escénico (que lo tiene a raudales, atención al grito de “¡Ea!”, al guiño furtivo al director de orquesta o a cómo se asegura de lucir su espalda desnuda) que en presentar la canción en cuestión.
34. No quiero escuchar, de Lydia (puesto 23 de 23)
El año post-Dana International es interesante porque cada país iba como vaca sin cencerro. Las reglas habían cambiado y, poco a poco, el festival iba recuperando su relevancia al abrazar su condición de espectáculo kitsch. Pero la única conclusión que TVE sacó de la victoria de ‘Diva’ es que a los maricones había que darles colorines, así que le encargaron el look a Agatha Ruiz de la Prada, que enrolló a la pobre Lydia en una de las toallas de playa más feas que han existido jamás. La humillación fue para la cantante cuando debería haber sido para la diseñadora, quien al ver las caras largas de la delegación exclamó “A mí me da igual la niña, ¿qué tal el vestido?”. Pues mal, Agatha. Lydia tenía 19 años y un par de hits en su currículum (‘100 veces al día’, dedicada a su ídolo Alejandro Sanz), pero sus cero puntos y su vestido la convirtieron en un chiste nacional. Si una canción tan compacta, directa y atmosférica como ‘No quiero escuchar’ recibe cero puntos no es porque no haya gustado, es porque nadie la ha escuchado. Todos los europeos se pasaron esos tres minutos comentando el vestido con sus amigos y familiares.
33. Algo pequeñito, de Daniel Diges (2010, puesto 15 de 25)
Tanto la canción como Diges y los arreglos de acordeón parecían sacados de un festival de Eurovisión de los 60. Es una melodía infantil cantada con la grandilocuencia de los musicales. El acompañamiento de bailarines disfrazados de juguetes demostraba que TVE quería hacer algo simple pero digno: en aquel momento el único objetivo era dejar de hacer el ridículo. El espontáneo Jimmy Jump irrumpió en el escenario y se puso a hacer el imbécil con tanta convicción que muchos creyeron que se trataba de parte del espectáculo. Volved a ver ese momento porque es conmovedor. En cuanto le echan, la cara de Daniel Diges registra una mezcla de confusión, angustia y rabia que solo dura un segundo: enseguida se crece y eleva la canción a una épica que, curiosamente, no habría tenido de no ser por Jimmy Jump. Le permitieron repetirla, lo cual sin duda ayudó a que se colase en el top 15, pero era el puesto que merecían una canción muy bonita y un cantante extraordinario.
32. La noche es para mí, de Soraya (2009, puesto 24 de 25)
Lo más emocionante de esta edición fue la mano negra que boicoteó a Melody, a quien Los Vivancos dejaron tirada, con aquel trallazo que era ‘Amante de la luna’. ‘La noche es para mí’ es la canción de un país acomplejado, que recurre a compositores extranjeros de fórmula para recrear una mezcla de todas las ganadoras anteriores. Pero Soraya no tenía ningún complejo y la defendió dándolo absolutamente todo. No fue suficiente. El truco de desaparición no se entendió y la realización que montó TVE confundía dinamismo con mover la cámara todo el rato, convirtiendo una actuación espléndida en un caos. Aun así, aquel penúltimo puesto es una de las mayores injusticias que ha sufrido España en el festival. A ver si va a ser verdad que nos tienen manía.
La segunda parte de este artículo, las 31 mejores actuaciones de España en Eurovisión, la podéis consultar aquí. Juan Sanguino es autor de 3 libros sobre cultura pop que podéis comprar en la tienda de JENESAISPOP.