El poder cada vez mayor de los gigantes de streaming es una realidad. Por poner solo un par de ejemplos, Netflix lleva tiempo sin permitir carteles para las películas que produce: ni créditos del equipo ni incluso para el director, que muchas veces hay que intuir bajo el “una película de Netflix”. Solo algunas vacas sagradas podían permitirse ser las (costosas) excepciones, pero parece que ya ni eso, en un paso más de la compañía en la homogeneización de todos sus productos de ficción.
Este poder se ha disparado con la pandemia, y raro es que una superproducción se estrene solo en cines, mucho menos si es por la intuición/cabezonería de su protagonista. Claro que, si hay en la actualidad un actor al que se le pueda permitir el “capricho” de estrenar solo en cines y no en plataformas de streaming una película con un presupuesto de 200 millones de dólares, ese es Tom Cruise. Alguien que lleva más de cuarenta años siendo una estrella de cine, un valor (casi) seguro en taquilla, y respetado tanto por la crítica como por sus propios compañeros. Algo que, como apunta Nicole Sterling en una interesantísima pieza para el NY Times que os recomiendo casi como complemento a ‘Top Gun: Maverick’, es casi una especie en extinción – no en vano se lo dicen al propio Cruise en el momento más meta de la película.
Que Cruise represente esa estrella de cine que ya no se ve en este “mundo distinto” tiene un coste, y es que lleva la última década sin protagonizar un éxito de verdad… hasta ahora. Pocos apostaban por que ‘Top Gun: Maverick’ llegase siquiera a cubrir gastos: una secuela estrenada tres años después de su rodaje, y siendo además más recordada la original hoy día por su tema central, el tremendo ‘Take My Breath Away’ de Berlin, que por la película en sí.
Pues bien, ‘Maverick’ no solo es mucho mejor que la original de Tony Scott -tampoco era difícil- sino que ha superado en solo dos semanas los 500 millones de dólares, siendo el mejor estreno de la Historia en el Memorial Day, la cinta más taquillera en EEUU de toda la carrera de Cruise, y llevándose varios récords más, entre ellos el menor descenso en su segunda semana para una película que debuta con más de 100 millones de dólares, superando la marca de ‘Shrek 2’. Esto último es importante porque, como veis, no es una marca reciente: las pelis de Marvel y demás taquillazos de sagas actuales acostumbran a que la mayoría de su público acuda en masa en los primeros días. Es más una marca de esa época de la que habla Sterling en su artículo, una marca propia de los espectadores adultos de blockbuster. Esos que los cines creían haber perdido. Y es clave para entender por qué ‘Top Gun: Maverick’ funciona tan bien.
‘Maverick’ consigue que incluso el espectador cero atraído por los avatares testosterónico-patrióticos (si no existe eso, inventado queda) de unos pilotos de guerra acabe viviendo intensamente con ellos su misión, incluso emocionándose. Joseph Kosinski, su director, ya había demostrado su capacidad para blockbusters de gran calidad como ‘Tron Legacy’ o la estupenda e infravalorada ‘Oblivion’
(con banda sonora de M83), y en el guión echa un capote Christopher McQuarrie, ganador de un Oscar por el guión de ‘Sospechosos habituales’, y presente en las últimas entregas de ‘Misión Imposible’.Ambos apuestan por eliminar varios elementos del pasado (de las cuestionables ausencias de Meg Ryan y Kelly McGillis a la presencia testimonial de Val Kilmer) e introducir novedades que a su vez conectan con él: Miles Teller como el hijo del mítico Goose, Jennifer Connelly como un interés amoroso de Maverick que le aprieta las tuercas como hacía Charlie, o un escuadrón de pilotos con perfiles parecidos a los originales (¡ahora con extra de diversidad!). Y ojo porque otra constante es la interpretación marica de esta historia: ya no hay frases y escenas homoeróticas tan parodiables, pero esta secuela da aún más motivo a quienes defienden esta teoría, y la forma en que se habla de Goose, los recuerdos del protagonista, todo ello se plantea en unos códigos que no son los usados en Hollywood para una amistad precisamente. Maverick parece un viudo.
La nostalgia sobrevuela (jé) esta película, pero lo hace de una forma que resuena tanto en quienes bailaron ‘Take My Breath Away‘ en las discotecas como en quienes en estos meses nos hemos puesto la original en Netflix/HBO Max. ‘Maverick’ cuida y respeta a sus personajes, les da personalidad sin confundirla con gags, y cree en la historia que te está contando de tal modo que, por muy penca que ésta pueda tornarse (puedes acordarte de aquel “el país de Abu Fayed” de ’24’ con las no-menciones a ese “peligroso estado”), te importa por las implicaciones que tiene en sus protagonistas.
Una vez tienen esta base de mínimos, se preocupan de que ‘Maverick’ sea un espectáculo visual para ver en el cine. Cuenta Kosinski que vio con Cruise vídeos de pilotos de la Marina que pusieron GoPros en sus cabinas y ambos estuvieron de acuerdo en que “si está en Internet de forma gratuita y nosotros no podemos superar esto, no tiene sentido hacer la película”… Os podéis hacer una idea del resultado. El periodista de cine Javier P. Martín dijo para bien que ‘Maverick’ es “el tipo de película en que Tom Cruise le da la mano a Jennifer Connelly mientras Gaga dice “hold my hand””, y la verdad es que resume un poco su espíritu. Por cierto que el tema de Gaga no es ‘Take My Breath Away’ (ni tampoco ‘Shallow’), sí, pero porque su cometido en la película no es el de representar un clímax, sino el de cerrarla.
Cuando, en aquel pollo que montó en pandemia, Tom Cruise decía de sí mismo y su equipo que eran “el espejo en que los demás se miraban”, no era un ejercicio de egocentrismo sino la verdad: Cruise defiende con uñas y dientes a Hollywood porque Cruise es Hollywood. Ese ideal que nunca fue real, pero que con la velocidad de consumo actual es, ahora más que nunca, poco más que (breve) fama y franquicias. Y una de las frases más repetidas de ‘Top Gun: Maverick’ puede entenderse también como una reivindicación del actor-estrella frente al personaje-franquicia: “no es el avión, es el piloto”.