Interpol han cambiado de enfoque tras ‘Marauder’. Si allí se mostraban más agresivos, aquí los encontramos más melancólicos. Influye que, claro, el disco se preparó en confinamiento, con sus cuatro miembros dispersos por el mundo, hasta que se pudieron volver a reunir para grabarlo.
A pesar de la pandemia y la separación forzada, Interpol venden ‘The Other Side of Make-Believe’ como un álbum “esperanzado’. No es esperanza ni alegría lo que nos ofrece su escucha, precisamente, pero sí que es cierto que han abandonado el aire siniestro por la contención y la reflexión y les vemos más The National/Radiohead/indies 90’s que nunca.
Hay, por eso, bastantes más puntos en común con ‘Marauder’ de lo que pueda parecer. Uno es el productor estrella, Dave Fridmann en ‘Marauder’, Flood aquí. Otro es la manía de arrancar bien los discos, para luego dejarse llevar por la deriva acomodaticia. No puedo evitar volver a la crítica que mi colega Raúl Guillén escribió sobre ‘Marauder’ porque, aun con sonido y “excusa” diferente, casi que podría usar sus mismas palabras para hablar de ‘The Other Side’: “La producción de Fridmann es (al menos en apariencia) intrascendente y no parece manifestar ningún cambio crucial en su sonido ni aportar nada sensible. Y, peor aún, los Interpol más taciturnos y anodinos de sus recientes obras también persisten: (…) una parte considerable de ‘Marauder’ pasa por nuestras mentes sin pena ni gloria”.
Efectivamente, todo lo bueno se concentra al principio. ‘Toni’ es un buen inicio. Entre pianos intensos, logran recordar incluso a ¡Red Hot Chili Peppers! Hay un momento que el estribillo remite a la banda californiana, y el timbre de Paul Banks asemeja al de Anthony Kiedis. También hay algo diferente en la melancolía y el estribillo comunal de ‘Fables’; la voz de Banks no suena poderosa, sino doliente.
Quizás abusan un tanto de esta vena más acompasada y afligida, pero eso no quita que se pueda apreciar el juego de guitarras de ‘Into the Night’, a juego con Banks murmurando el estribillo: suena desfasado y, a la vez, puede llegar a emocionar a los viejos del lugar. En la también reseñable ‘Something Changed’, el piano, el tempo… todo está tan fusilado de The National que extraña que no aparezca Matt Berninger a cantar.
A partir de aquí todo resbala a terrenos poco excitantes: un indie tristón y ligeramente épico bien facturado, que se deja escuchar y que tiene sus momentos: el crescendo final de ‘Renegade Hearts’ o el estribillo de ‘Passenger’. Pero al final les ha quedado otro disco de Interpol del montón.
Está claro que Interpol nunca van a entregar un disco malo; llevan mucho tiempo en esto. Sin embargo, sí que hace demasiado que reposan en la parte media de la tabla, esa que les sigue llevando a festivales de prestigio, a tener una reputación y mantener una base de fans suficientes. Pero tampoco van a atraer a nadie que no fuera ya fan en la era de ‘Antics’.