El tercer disco de los canadienses Kiwi Jr. empieza con un banger total titulado ‘Unspeakable Things’. Cuando apareció como avance allá por julio, Victoria Segal de la revista Mojo lo describió como “sintaxis Morrissey-esca y éxtasis Go-Betweenico”, una frase muy inspirada, porque es una excitante pieza de pop de guitarras jangle sobre la que se despliega el peculiarísimo genio letrístico de Jeremy Gaudet (voz y guitarra) cantando a cosas innombrables “escritas a mano en tu diario / dentro de bolsas apiladas en una cabina de teléfono / aplastadas contra el cristal / gritadas mientras esperas en rojo con la marcha metida / guardadas con un tipo de interés alto”. La frase funciona también como buena síntesis de lo que Kiwi Jr. han venido ofreciendo en sus dos anteriores discos, primero de forma independiente y después ya bajo el paraguas de Sub Pop.
Sin embargo en esta nueva entrega para el sello de Seattle hay cambios. El más evidente es que han contado por primera vez con un productor en condiciones, Dan Boeckner de Wolf Parade. El efecto se nota desde esa primera canción: suena menos “slacker”, menos jangle pop, y se acerca más a un sonido de pop de guitarras musculado, en ocasiones más Strokes (‘Night Vision’) e incluso casi recordando a Weezer (‘Parasite II’) o al potente sonido new wave de The Cars. Las voces también están mucho más tratadas y los efectos son frecuentes, tanto que aplastan la otrora expresiva voz de Gaudet en un chorro distorsionado muy Julian Casablancas (‘Contract Killers’). Otra novedad son los teclados: forman parte importante de prácticamente todas las canciones, a veces apoyando las melodías principales, otras como brillantes riffs de sintetizador a lo Cars (‘The Extra Sees the Film’) o de órgano Farfisa, en busca de ese subidón pop a lo ‘I’m a Believer’ de los Monkees (que son referenciados en el texto de promo del disco), como en la previamente mencionada ‘Unspeakable Things’ o en la gloriosamente garagera ‘Downtown Area Blues’.
El resultado es un disco de sonido más comprimido, de acabado cromado, con potente sonido de guitarra, y definitivamente más americano, que sacrifica esos ecos más australianos de las dos entregas anteriores de Kiwi Jr. ¿Es esto un problema? No hay ocasión de preocuparse por ello cuando las melodías e ideas son brillantes y acompañan tan bien a las exóticas imágenes de las letras. Como en ‘Clerical Sleep’, la más Go-Betweens o Feelies, con esos versos que no se escuchan todos los días (“conozco a un hombre con la prótesis robótica más avanzada de la historia mundial / Construida en un laboratorio, costó $2,000,000, pero la odia, no la aguanta, nunca se la pone, la tiene ahí aparcada”). O la irresistible melodía de ‘The Sound of Music’ y su monólogo interior lleno de extrañas imágenes (“cuando te pescaron en el puerto estabas aferrada a un libro / Entonces me plantaste tu guión en el pecho y me dijiste ‘¿no le vas a echar al menos un vistazo?’ / Nunca me recuperaré del color de tus lágrimas”) y ese estribillo precioso (“ So long, farewell, Tony Walton… so long, farewell, Julie Andrews”). O el excelente cierre de ‘The Masked Singer’, cuyos arreglos especialmente ricos y gran melodía remiten a Crowded House o incluso Prefab Sprout, si estos escribieran sobre escenas surreales en salas de guionistas con realities de fondo (“Mirando por las cerraduras, tratando de matar / Tratando de ver The Masked Singer / Y no eres la primera flor que confía / en la corteza iridiscente de abedul al anochecer”).
Cuando los temas no brillan tanto siempre hay consuelo en pequeños detalles musicales o en letras que aluden desde a Kobe Bryant, el Aperol o “la nueva canción de Outkast” a “cortar la hierba de los estadios del Mundial 2022” o a alguien que es “la encarnación de la cazadora de escorpión de Drive / Un corte de pelo viviente en busca de una jarra de ginebra”. Sin embargo también son momentos en los que la producción chirría más y se llega a echar de menos el desahogo espontáneo, la inexactitud de los discos anteriores.
El texto promocional de este ‘Chopper’ tiene momentos brillantes de literatura descriptiva (la mano de Jeremy Gaudet debe estar detrás), y en un momento dado hay una reveladora micro-poesía: “What was slack in the slacker phase / got tauter, with lacquer glaze / Slick gloss, rightened wrongs; / murdered boss, promoted pawns” (“lo que era perezoso en la fase “slacker” se ha vuelto más firme, con un barniz lacado / Brillo impecable, errores arreglados; jefe asesinado, peones promocionados”). Es un buen resumen de lo que Kiwi Jr. pretendían con este disco, para bien y para mal. Si te gustaba más su sonido deslavazado, en ‘Chopper’ echarás en falta bastante de aquella magia. Si les compras esta evolución en el sonido, el disco te resultará muy placentero, porque es innegable que abundan las melodías brillantes, y el hiper-absurdismo lírico de Gaudet sigue en plena forma.