Música

Rachika Nayar / Heaven Come Crashing

Desde un coche en movimiento, en la oscuridad de la noche, vemos a una pareja abrazarse apasionadamente en un parking. Es tan solo un instante, pero es una imagen de gran fuerza dramática y poder de sugerencia. Así es la excelente portada de ‘Heaven Come Crashing’, y en ella, se encuentra la esencia del propio álbum. El segundo largo de Rachika Nayar es una travesía por los recovecos de nuestros sentimientos más profundos, por los breves momentos de intensidad emocional en los que el corazón parece que nos va a explotar. La artista afincada en Brooklyn, quien ya sorprendió el año pasado con su estupendo debut ‘Our Hands Against the Dusk’ expande su sonido a territorios más ambiciosos, más cinematográficos y, en ocasiones, hasta casi bailables.

Hay un sentimiento de grandeza que recorre todo este segundo trabajo, en el que las canciones tienden a virar desde lo tímido a lo épico, sin perder un ápice de su intimidad. En los casi diez minutos de ‘Tetramorph’, el segundo corte del disco, caben todo tipo de sensaciones. Lo que comienza como una pieza ambient liderada por el característico tratamiento camaleónico de la guitarra de Nayar, a mitad de canción incorpora un dron, para terminar acercándose a un sonido post-rock.

Estos continuos cambios de ritmos y texturas son frecuentes a lo largo de toda la obra. El más significativo y el momento más álgido del álbum es en la canción que le da título, que además incorpora la voz de Maria BC, tratada aquí como un instrumento más, dotada de un aire místico y etéreo. Tras un par de minutos de calma, la canción se libera y explota hacia una pasión y una euforia exuberantes, acelerando la melodía con beats frenéticos, otorgando un luminoso sentimiento de inmediatez y desenfreno. El cierre de la edición simple ‘Our Wretched Fate’ también cuenta con la participación de la cantante y tiene una estructura similar, culminando con una urgencia bailable. El disco abre con la atmosférica ‘Our Wretched Fantasy’, que dialoga con esta última y supone un gran avance de lo que esperar en el disco, aunque aquí no haya grandes giros ni clímax épicos.

La enigmática ‘Nausea’ con sus drones y sus sintetizadores aéreos comienza en un estado de confusión, donde los sonidos crean un paisaje asfixiante, pero poco a poco se va desprendiendo de su oscuridad y termina en un esperanzador número electrónico. De forma similar, la tensión se palpa al principio de ‘The Price of Serenity’, hasta su bellísima mutación en éxtasis en torno al final.

En ‘Heaven Come Crashing’, Rachika Nayar no nos alecciona sobre cómo tenemos que sentirnos con sus canciones sino que dejan que estas hablen por sí mismas. Sus títulos son tan crípticos como las propias composiciones, y el mundo que crean tan vasto que da lugar a múltiples interpretaciones. Es música que te atrapa por su condición envolvente y te remueve por su admirable capacidad para elevarte a otra dimensión. En el mundo de Rachika Nayar, las emociones son intensas pero fugaces, intentamos aferrarnos a ellas pero se nos escapan. Nada es eterno, todo está en constante movimiento y pasa ante nuestros ojos con la velocidad de una estrella fugaz, pero vivir merece la pena por esos breves instantes de pura emoción y belleza; una luz al final de un túnel, el abrazo de dos amantes en la oscuridad.

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Publicado por
Fernando García