Detrás de una artista de culto hay una artista más de culto todavía. Nicole Dollanganger es una de las personas que forman parte del universo de Ethel Cain: ambas son amigas y Ethel la ha teloneado y versionado. Sin embargo, Dollanganger lleva una dilatada carrera a sus espaldas: su primer disco data de 2012 y, más adelante, la cantautora canadiense recibió el inestimable apoyo de Grimes, que creó el sello Eerie Organization solo para poder editar el disco ‘Natural Born Losers’. Para Claire Boucher era «un crimen contra la humanidad que nadie escuchara esta música».
Los discos de Dollanganger no han dejado de sucederse en todo este tiempo, y la artista suma ya un total de siete. El último de ellos, ‘Married in Mount Airy’, ha llamado la atención de manera inmediata por editarse en una fecha tan extraña como un 6 de enero: imposible no destacar en medio de la sequía de lanzamientos.
El mundo de Dollanganger es igualmente turbio e inquietante, hablándonos en composiciones como ‘Ugly’, ‘Angels of Porn II’ o ‘Eat Please’ sobre dismorfia corporal, abusos sexuales, desórdenes alimenticios o relaciones tóxicas. Desde su mismo título, ‘Married in Mount Airy’ nos pone en el contexto de una relación que no es tan ideal como da a entender la localidad que le da título. Durante los 60, Mount Airy, un pequeño pueblo ubicado en Carolina del Norte, inspiró la sitcom protagonizada por el cómico Andy Griffith, nacido allí (en la serie, el pueblo recibía el nombre de Mayberry). ‘The Andy Griffith Show‘ mostraba la imagen de una América idealizada y nostálgica, pero Dollanganger subvierte esta concepción, como han hecho en el pasado Lana Del Rey o su colega Ethel Cain, en las revisiones nostálgicas también propias de su trabajo.
En «algún momento de finales de los 60» empieza ‘Married in Mount Airy’ con la pista titular, una espeluznante nana que ya advierte de que hay «algo raro en el aire». La voz trémula de Dollanganger evoca algo así como una vieja muñeca de porcelana que ha cobrado vida, mientras las canciones se van sucediendo entregadas a su componente etéreo y fantasmagórico, entre el folk (la emotiva ‘Bad Man’), el slowcore («abrázame hasta que esté fría y azul», canta Nicole en ‘My Darling True’) o el country-folk (‘Whispering Glades’). La atmósfera «creepy» está especialmente cuidada en cortes como ‘Moonlite’, de ufanas percusiones, pero son Nicole, sus historias y su poesía los verdaderos protagonistas del disco, evidentemente dedicado a romantizar una relación tóxica marcada por el maltrato y el consumo de alcohol y drogas. No hay más que ver a Dollanganger en la portada, ataviada con un vestido de novia, más blanca que la «leche cuajada» que titulaba su debut.
A él «no le importa si está vivo o muerto», y ella ruega a Dios que le salve de «tomar esa mierda» (la desesperada ‘Dogwood’). Él le recoge ella en su Buick Electra (un coche típico de los años 50), ella llora a solas porque el amor que recibe de él es turbio y enfermo. En el atractivo ambiente marcadamente lynchiano (cómo no) de ‘Married in Mount Airy’, la inocencia de unos «osos de peluche tristes» que Nicole observa desde la ventana de su triste caravana (‘Runnin’ Free’), se encuentra con la realidad de que esta persona es una «pesadilla disfrazada de un buen sueño» cuyas «muestras de amor» son «grotescas» (‘Whispering Glades’). En una de las pistas de adelanto, la bella ‘Gold Satin Dreamer’, imágenes de flores y de rayos de sol conviven con la del olor que emana de un trozo de carne que alguien está preparando en la cocina, y en la escalofriante ‘Nymphs Finding the Head of Orpheus’ Dollanganger canta que «todas mis lágrimas y toda mi rabia podrían cargar un revólver».
El álbum se cierra con la melancólica ‘I’ll Wait for You To Call’, en la que Dollanganger promete que esperará toda la vida la llamada de su amante, aunque esta no llegue, antes de dar paso al sonido de una guitarra desafinada, que suena como una cinta de casete estropeada. En la superficie, ‘Married in Mount Airy’ es delicado y hermoso. Pero, por debajo, el olor putrefacto de la desesperación, la soledad, la amargura y el odio (disfrazado de amor) se abre paso, en otro trabajo nostálgico que explora la cara escondida de la América profunda, un universo artístico que no se agota.