Gorillaz son esa banda de dibujos animados capaz de arrancarte una sonrisa con un vídeo protagonizado por Bruce Willis y, en la misma era, hacerte reflexionar sobre el cambio climático a través de un disco que ha resultado tan pionero como ‘Plastic Beach‘. En principio publicaban un disco por lustro aproximadamente: fue muy poco a poco que conocimos éxitos como ‘Clint Eastwood’ (2001)’, ‘Feel Good Inc.’ (2005) y ‘Stylo’ (2010).
De un tiempo a esta parte han pisado el acelerador y resulta que con ‘Cracker Island’ estamos ante su 8º disco ya, igualando el número de álbumes que sacaron Blur. Si alguna vez no te creíste que Gorillaz fuera la banda más vendedora, popular e influyente de Damon Albarn a nivel global -sobre todo dada su aceptación en Estados Unidos-, no será porque no esté insistiendo. E intentándolo muy fuerte de diferentes formas.
Esta proliferación de álbumes no está dejando, en cambio, discos que permanezcan en la imaginario colectivo: ‘Humanz‘ (2017) era un mastodonte de 20 pistas y decenas de colaboraciones -de Grace Jones a Popcaan pasando por Jehnny Beth- que ya nadie recuerda. ‘Now Now‘ (2018), un lanzamiento salvado por los pelos porque el tema con George Benson se viralizó un poquito. Y ‘Song Machine, Season One: Strange Timez‘, una compilación de temas que se habían ido lanzando durante meses y pasaba desapercibida.
Es por eso que ‘Cracker Island’ es una experiencia tan frustrante. No es particularmente el peor disco de Gorillaz, pero sí tenía que ser el que devolviera a los Gorillaz de los grandes conceptos, y lo que nos entrega es uno de sus grandes batiburrillos. Teóricamente, el álbum nos habla de una isla en la que una secta «Forever Cult» se enfrenta a otra llamada «The Last Cult». Eso es lo que cuenta Damon Albarn a raíz del tema titular, con nuevas reflexiones sobre la deriva de las redes sociales, títulos muy propios de los Blur más cínicos como ‘The Tired Influencer’, diálogos entre dibujo animado y artista como en la mutante ‘Skinny Ape’, y cierto olor a fin del mundo como el que desprende el tema final, el acústico ‘Possession Island’.
Lo que nos encontramos en los textos en realidad es un «todo vale» en el que se ha encajado un tema llamado ‘Baby Queen’, inspirado en el día de 1997 en que Damon Albarn conoció a una princesa de 14 años en Tailandia, en los tiempos de ‘Song 2’; una canción de amor con muy poca substancia que por alguna razón se ha llamado ‘Tarantula’; y Bad Bunny haciendo de Bad Bunny a su bola, integrado muy tímidamente a través de algún teclado y alguna idea vaga metida con calzador, sobre «ver el mundo arder».
Musicalmente, hay una absoluta confusión de estados de ánimo. Pasamos de melodías 100% bobaliconas como la titular, plana y pegadiza; a una canción tan cabizbaja como ‘Silent Running’, llevada por un silbidito e inspirada en el término naútico que define a los submarinos que no quieren ser encontrados. Si en esta encontramos a Adeleye Omotayo, corista de Amy Winehouse, Kevin Parker lleva ‘New Gold’ a los territorios de Tame Impala. Lo que sumado al featuring de Bad Bunny, compromete el alma de este disco de Gorillaz, en ese momento a la deriva por muchos streamings que les aporte Don Benito.
Más integrados encontramos a Beck en el mencionado tema final, un villancico con influencias flamenco y mariachis (en un puente), como explica el colaborador principal del disco Greg Kurstin; y muy especialmente Stevie Nicks de Fleetwood Mac en su registro más brujo. La oímos hacer coros mucho más que a Beck, ella confiaba plenamente en la extraña letra de ‘Oil’, que habla sobre «bombas de racimo entrelazadas, al modo del drum&bass», y por suerte no es otro drum&bass lo que suena al final de este corte, sino una batería que arma el gran clímax de la canción, al final, junto con los teclados. En este momento sintético agridulce Gorillaz parecen más confortables que cuando quieren mostrarse forzosamente comerciales o demasiado afectados.
Si en el disco de 10 pistas ya generaban dudas cosas como ‘The Tired Influencer’ o ‘Tarantula’, no añade demasiado la edición deluxe con otras 5 pistas añadidas en los últimos días en las plataformas digitales. El divertimento de Del The Funky Homosapien en ‘Captain Chicken’ es poco más que un cero a la izquierda, ‘Crocadillaz’ pura monotonía, y MC Bin Laden nos lleva a Brasil como podía habernos llevado a ningún sitio en absoluto, contribuyendo a esa sensación de que Gorillaz -y Damon Albarn- ha olvidado cómo hacer un buen disco conceptual. Él, ahora, es más de featurings al tuntún.