En 1981, en pleno auge del slasher como entretenimiento de masas, Sam Reimi estrenó la primera ‘Posesión infernal’, que fue el principio de lo que sería una exitosa saga de terror en la que reinaría por encima de todo una representación híper-explícita de la violencia. Más de 40 años más tarde y tras varios episodios de la franquicia, el director irlandés Lee Cronin toma el relevo que Fede Álvarez dejó diez años atrás con su remake-homenaje a la película original. La nueva adición al universo de la adorada obra de culto de Raimi es una digna muestra de terror clásico que ofrece justamente lo que el espectador espera: diversión, angustia y, sobre todo, sangre a borbotones.
Cronin encierra a sus personajes (dos hermanas; una con tres hijos y la otra soltera) en un apartamento que pronto será derribado. El bloque es antiguo y su falta de mantenimiento ha hecho que las instalaciones se hayan ido deteriorando. Tan solo quedan unos vecinos que apuran hasta el máximo su estancia antes de que los desahucien. Es, sin duda, un ambiente idóneo para ese baño de sangre que se nos anticipa. La atmósfera se construye competentemente a través de unos lúgubres y largos pasillos, los chirridos del ascensor, el sonido de la lluvia de fuera… Rodeados de esas condiciones inhóspitas, la casa es el único refugio acogedor para los protagonistas, aunque evidentemente no por mucho tiempo.
La nueva ‘Posesión infernal’ no se aleja ni un ápice del clásico esquema que siguen los slasher. Su estructura es perfectamente previsible y la manera en la que se desarrollan los acontecimientos tampoco es particularmente sorprendente ni novedosa. Ciertamente, no es una película que necesite ser demasiado original, ya que sigue una fórmula que siempre funciona dentro de sus limitaciones y que ofrece una fuente segura de posibilidades narrativas, pero sí marcaría la diferencia entre un filme correcto y uno excepcional si intentase desmarcarse ligeramente de sus propias convenciones.
Decide, no obstante, conformarse con ser simplemente correcto, no dejando espacio para el riesgo y por ello, para lo sublime. No es un problema grave, ya que la película funciona como el espectáculo grotesco y sangriento que quiere ser e incluso deja algunas ideas de dirección interesantes (esa violenta secuencia grabada con ojo de pez a través de la mirilla de la puerta).
Las muertes son ultraviolentas, excesivas y ridículas, como no podría ser de otra manera, bañando al espectador en un disfrutable y desquiciado festín de vísceras y salsa de tomate. En medio de esta vorágine sangrienta, destaca el homenaje que Cronin rinde a ‘El resplandor’ en una buena secuencia de tensión terrorífica en un ascensor y también la caracterización e interpretación de la actriz Alyssa Sutherland en su versión poseída.
‘Posesión infernal: El despertar’, pese a que en ningún momento puede considerarse un añadido imprescindible en el universo de la saga, funciona ni más ni menos que como lo que es: un divertimento gore sin mayores pretensiones que la de sumergir al espectador en un mar de sangre.