No sé si hay alguna manera mejor de inaugurar un Primavera Sound que con un concierto de hits de Pet Shop Boys. He ido a unas cuantas ediciones del Primavera… Bueno, en realidad, he ido a todas. Y creo que el de anoche ha sido el concierto de arranque más bonito, eufórico y dispuesto a elevar los corazones que he tenido el placer de contemplar. Si unes un dúo con una carrera repleta de hits (¡y qué hits!), prestos a cantar todos esos hits (¡y los que se han quedado fuera!) y que encima del escenario derrochan ganas, perfecto.
A los que vieron este espectáculo en el BBK o hayan seguido por internet las transmisiones de Glastounbury, no les habrá sorprendido: misma escenografía, con dos farolas de calle a los lados y una pantalla-reja que subía o bajaba, tapaba o mostraba a los jovencísimos músicos, en la que lucían audiovisuales basados en gran parte en los vídeo-clips del dúo, juegos de luces vistosos, repertorio de grandes éxitos. Antes de empezar el show, lucía la bandera de Ucrania. “Sus canciones llegaron directamente desde los 80, sin cambios, pero lo que sucedía en el escenario solo podía tener lugar en el siglo XXI”, decía mi compañero Jordi sobre su anterior visita a Bilbao. Pero también fue un show que resumió lo que son Pet Shop Boys: euforia y melancolía, baile y reflexión, todo a la vez.
Habría que destacar, y mucho, la producción y sucesión de las canciones. Unas versiones que eran muy fieles a las originales, pero a las que les otorgaban los suficientes cambios, el debido empaque para que no fueran miméticas o aburridas, reforzando casi siempre la parte energética de su música. Y estaba todo tan bien hilado, fluía tan bien la transición entre temas, que no daba respiro, no hubo ningún momento bajo. El tiempo se congeló. El concierto pareció más breve de los 90 minutos que duró, tal fue la maestría a la hora de ir desgranando las canciones. Neil Tennant derrochaba entusiasmo como maestro de ceremonias. Chris Lowe no se salió de su papel de Chris Lowe ni cuando le tocó recitar ‘Paninaro’. En las primeras filas no solo hay gente de edad “respetable”: atisbo montones de veinteañeros y varios niños, lo que reafirma que su música es ya transversal, no una cosa meramente del pasado.
Parapetados tras dos máscaras, que Neil tardó tres canciones en retirarse (Chris, unas cuantas más), abrieron con ‘Suburbia’, reforzando su esencia nocturna. A día de hoy ‘Opportunities’ no puede sonar más actual. Recortaron un poco ‘I Don’t Know What You Want but I Can’t Give It Any More’ y ‘So Hard’, pero me dio un poco igual, a cambio de que recuperaran dos de mis favoritas que no suelen tocar mucho. ‘Rent’, aun acelerada, no pudo sonar más emotiva. En ‘Love Comes Quickly’ se realzó la melancolía de la canción, con Neil solo, paseando lentamente mientras las luces de colores lo bañaban. ‘Left to My Own Devices’ sonó con toda la épica y fanfarria que merece. En ‘Domino Dancing’ Neil volvió a recuperar sus dotes de profe enrollado animando a todos a que cantáramos el estribillo.
Hubo pocos cambios de vestuario, pero efectivos. En la tercera parte del set, Neil luce una gabardina plateada que refleja las luces y anuncia la andanada de hits final. Arranca ‘Always on My Mind’, según Spotify, su mayor éxito. Pero para mí, lo más destacado fue recuperar ‘It’s Alright’ seguida de ‘Vocal’: dos canciones que hablan del poder de la música, especialmente la de baile. El resultado es tremendamente emocionante, especialmente cada vez que Neil canta “It’s in the music” y hasta Chris se marca unos discretos bailes. O un ‘Go West’ que rehúye su versión eufórica para abrazar la más melancólica (porque ‘Go West’ es una canción triste, realmente) con emotivos resultados. Como para recordarnos la otra cara de Pet Shop Boys, ‘It’s a Sin’ viene cargada con toda su grandiosidad.
Pero lo mejor estará en los bises. Neil y Chris regresan a primera línea, solos. Arranca ‘West End Girls’. Ellos van vestidos mimetizando sus looks de aquella época. Neil con elegante gabardina larga, Chris de sport y luciendo su mítica gorra “BOY”. Es su manera de unir pasado y presente, de decir: “seguimos siendo nosotros, los que éramos en el 86, los que somos aquí y ahora”. Un acto de reafirmación. ‘West End Girls’ suena elegante, majestuosa, con recuerdo a Mariúpol incluido. Le dedican ‘Being Boring’ a Tina Turner, un ‘Being Boring’ debidamente acelerado en el estribillo. Se levanta la pantalla, se incorpora la banda, Neil los presenta, Chris incluso sonríe brevemente y entonces… Entonces, al final, se quedan solos, la música es leve y Neil canta prácticamente a capella el final del estribillo con una voz preciosa: “And we were never holding back or worried that / Time would come to an end / We were always hoping that, looking back / You could always rely on a friend”. Un final escalofriante para un concierto casi perfecto.