Música

The Rolling Stones / Sticky Fingers

‘Sticky Fingers’ es la cumbre de los Rolling Stones. Supone su tercer disco producido por Jimmy Miller (perfeccionando la fórmula) y el primero grabado sin Brian Jones, y ya con Mick Taylor en total simbiosis guitarrística con Keith Richards, lo que supone el nacimiento del sonido de los Stones como se conocería desde entonces y hasta la actualidad. A partir de este punto cada nuevo disco de la banda (incluyendo ‘Hackney Diamonds’) no miraría ya más atrás de 1971 para encontrar su molde básico, algo que se entiende perfectamente al escuchar el álbum de espectacular portada de Andy Warhol.

De entrada, todas las canciones son redondas, perfectas, después de discos anteriores excelentes pero no completamente excelsos. La perfección se alcanza con ‘Sticky Fingers’, que como ya es costumbre a estas alturas de su discografía, se abría con el número más impactante y directo.

Brown Sugar’, con su controvertida y cuestionable letra, es quizá la cima de sus “rockers”, esa deslumbrante lista de canciones canónicas de los Stones: ‘Jumpin’ Jack Flash’, ‘Street Fighting Man’, ‘It’s Only Rock and Roll’, ‘Start Me Up’… Y otro de esos temas que recuerdas potentísimos y cuando los escuchas otra vez te maravillas de cómo sólo dos guitarras eléctricas y una acústica pueden tener tanta fuerza; que ese cañonazo tenga tan sólo tres o cuatro elementos. Pero se entiende cuando detrás está esa batería de Charlie Watts, con su groove y pegada inimitables (literalmente), ensamblada con Bill Wyman. Un contoneo rítmico irregular que Wyman explicaba que consistía en “tocar un nanosegundo por detrás de Keith”, y que convierte el “sonido Stones” en algo imposible de imitar cuando añades a la ecuación la simbiosis letal de Taylor y Richards con su afinación abierta de sol.

Por encima de todo eso Jagger canta maravillosamente una letra que mezcla problemáticamente referencias históricas a los dueños de las plantaciones usando a las esclavas como objetos sexuales y el disfrute del sujeto de la canción por practicar sexo con alguien de raza negra (“azúcar morena, ¿cómo puedes saber tan bien?”). En su contexto histórico la canción se toleró, simplemente porque cantar sobre sexo y tener un número uno era todavía una osadía, algo culturalmente subversivo. Pero aunque prácticamente nadie se lo cuestionase, sí hubo críticas, aunque minoritarias, especialmente del feminismo radical, igual que para con otras de sus canciones misóginas. Desde 2021 los Rolling Stones ya no interpretan ‘Brown Sugar’ en directo.

‘Sway’ ahonda maravillosamente en sonidos americanos, con el añadido espectacular de un arreglo de cuerda a cargo de Paul Buckmaster (un habitual de Elton John) que añade dramatismo a una letra sobre drogas, muerte, relaciones quebradizas y otros lúgubres asuntos: “No pienso derramar lágrimas en el suelo polvoriento / Por mis amigos en el cementerio (…) Simplemente ocurre que la mala vida me tiene atrapado”.

Solos de guitarra y temática rockera aparte, la esencia musical de ‘Sway’ se acerca mucho a eso que hoy llamaríamos Americana, y es interesante señalar que desde este lado del Atlántico los Stones fueron quienes más contribuyeron a construir ese término que tanto utilizamos décadas después, gracias a la normalización que ejercieron del sonido “roots rock” dentro de un contexto de pop y listas de éxito. Si en la actualidad cuesta bastante ver el legado de los Stones en su faceta “rockers” -más allá de nichos como el garage-rock- en canciones como ‘Sway’ se puede ver la antesala de un tipo de canción que grupos como Wilco o Big Thief todavía hoy en día mantienen viva.

Lo mismo, en un plano más acústico, con canciones como ‘Wild Horses’. De nuevo, la “balada de los Stones” es algo completamente único, un tipo de canción cuyos ecos pueden resonar actualmente en canciones de Jess Williamson o Angel Olsen, en su modalidad romántica (‘Wild Horses’) o existencialista (ver ‘Sister Morphine’ más adelante). Evocando sentimientos de pérdida y separación, la canción nació como una nana para el hijo de Keith Richards, que Jagger completó con material emocional de su propia cosecha y relaciones. La voz que entona ese legendario “ni unos caballos salvajes podrían arrastrarme lejos de aquí” tiene una delicada fragilidad, que los micrófonos del mítico estudio Muscle Shoals Sound en Alabama distorsionaban bellamente cuando Jagger pasaba a fraseos más intensos. Completa la magia el piano del gran Jim Dickinson.

La cara A continúa con el habitual paseo por distintos palos estilísticos: ‘Can’t You Hear Me Knocking’ te hace maravillarte de cómo a partir de un riff de guitarra de tres o cuatro notas se pueden crear un groove tan apasionante, que los Stones inteligentemente prolongan hasta más de los 7 minutos gracias a la contribución en los interludios instrumentales de Billy Preston al órgano, y Bobby Keys al saxofón. Lo más fascinante es que el grupo siguió tocando por puro placer, imaginando que la canción acabaría en un fade-out.

La pasión por el blues rural de los Stones adolescentes -vigente aún cuando ya eran músicos veinteañeros- deja como testamento ese precioso ‘You Gotta Move’, un antiguo espiritual negro recreado con amor, pero también precisión. Igual que pasaba con ‘Prodigal Son’ en ‘Beggars Banquet

’, el grupo es capaz de recrear el género pero aportando su propia impronta.

‘Bitch’ abre la cara B, otra excelente pieza de rock de sonido eminentemente negro, esa convergencia estilística en la que se habían encontrado e influido mutuamente con artistas como Ike y Tina Turner, y que en ‘Sticky Fingers’ rubrican con especial estilo (el propio Little Richard versionearía ‘Brown Sugar’ ese mismo año). Contrasta con la hermosísima ‘I Got the Blues’, quizá la pieza del disco más influida por el sonido del estudio Muscle Shoals Sound, pero que irónicamente se grabaría en Londres. Es una balada de southern soul de guitarras arpegiadas, sección de viento totalmente Stax, órgano de Billy Preston una vez más, y Jagger cantando con esa voz que imita las inflexiones de un cantante negro pero elude los clichés y no puede evitar sonar… a Mick Jagger cantando con el corazón roto: “Cada noche que ya no estás / me he sentado a rezar para que estés a salvo / En los brazos de un tipo / Que te devuelva la vida y no te hunda abusando de ti”.

Se ha especulado si tantas letras del cantante sobre desamores (‘I Got the Blues’, ‘Wild Horses’) tenían una inspiración directa en su ruptura con Marianne Faithfull. Especulaciones aparte, ‘Sister Morphine’ sí tiene una relación directa con la artista, porque fue coescrita por ella con Jagger y Richards y de hecho su versión fue la primera, en 1969. Quizá por su influencia la pieza no suena nada americana, es más bien un tipo de folk existencialista que contrasta fascinantemente con el resto de ‘Sticky Fingers’ pero que ejerce de pieza indivisible del resto, enlazando con los temas de adicción y atrapamiento desde una perspectiva más ocre. «Aquí yazco en mi cama del hospital / Dime, hermana Morfina, ¿cuándo vas a volver? / No creo que pueda esperar tanto / Ya ves que no soy tan fuerte”.

El muy apropiadamente austero arreglo es una réplica de la producción original de Jagger para la versión de Marianne, hasta el punto de que volvieron a contar con Ry Cooder a la guitarra slide y Jack Nietzsche al piano. El resultado es de una enorme belleza espinada, con Mick cantando, interpretando, con quebradiza voz de desesperación y el piano envuelto en un opresivo eco en varios de los interludios, expresionismo sonoro para otra de las cumbres del álbum.

Algo tan funesto sólo podía seguirse en la secuencia de canciones por la increíblemente deliciosa ‘Dead Flowers’. Descompresión por vía de una canción de country pop llena de humor pero (¡por fin!) de redonda composición. Aunque los Stones de 1971 ya eran “rock royalty”, funciona perfectamente esta diatriba contra una mujer de clase alta que desprecia al protagonista de la canción, prefiriendo seguir “en su silla forrada de seda hablando con algún tipo rico que conoces” antes que relacionarse con “mi harapienta compañía”. La cosa toma un heroinómano giro con ese “Yo estaré en el sótano con una cuchara, una aguja y otra chica para olvidar mis penas”, todo ello envuelto en esa modalidad de country rock tan Gram Parsons. El estribillo (de lo más gloriosamente coreable de todo el disco) concluye con los legendarios versos “sé que te crees la reina del underground / Así que puedes mandarme flores muertas cada mañana / Manda flores muertas a mi boda / Y yo no olvidaré poner rosas en tu tumba”.

No hay mejor cierre posible que con ‘Moonlight Mile’, que como ‘Sister Morphine’ se aleja del Americana (slides aparte) para recordar a la niebla mística del Van Morrison de ‘Astral Weeks’, con un extra de aroma oriental. Una pieza acústica magistral que el arreglo orquestal de Paul Buckmaster eleva a los cielos, mientras Jagger canta agotado en una letra que alude a la alienación de la vida en la carretera y el exhausto alivio al terminar: “Otro loco día más en la carretera, mis sueños se desvanecen vía del tren abajo / Al llegar a casa he hecho un montón con mi ropa de pedrería / Voy a calentar mis huesos / En mi radio… silencio. / Que fluyan las ondas de aire / Estoy durmiendo bajo cielos extraños”.

Igual que ocurre con los Beatles, los Rolling Stones son una anomalía musical inglesa históricamente irrepetible. Si los de Liverpool partiendo de una selección de ingredientes básicamente americanos (rock and roll de los 50, girl groups de los 60, pop del Edificio Brill y música soul) fueron capaces de crear algo nuevo, singular a base de recombinarlo (todo el mundo sabe a qué suena algo si “suena a los Beatles”), los Stones hicieron lo mismo con elementos más “roots” (rock and roll, blues, country, o soul sureño) creando también su particular singularidad.

Tras los devaneos persiguiendo el pop de los Beatles a mediados de los 60, es en ‘Sticky Fingers’ donde la poción de los Stones alcanza la mezcla perfecta, y aparece pues por primera vez el “sonido de los Rolling Stones”, que se perpetuaría a partir de entonces como marca de la casa y hasta estereotipo: una variedad de “roots rock” totalmente basada en lo americano, pero que en América no hacen exactamente así.

Se puede argumentar que esa perfección sónica y conceptual la alcanzarían al año siguiente, con ‘Exile on Main St.’, pero personalmente (y siendo el «Exile» otro extraordinario disco) creo que no hay comparación: ‘Sticky Fingers’ creó el molde, y lo estableció mediante diez concisas y perfectas canciones. Incluso el legendario logo de los labios y la lengua apareció por primera vez en el inserto de ‘Sticky Fingers’, sellando metafóricamente el comienzo de la era definitiva del grupo.

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Publicado por
Jaime Cristóbal