Los ochenta fueron complicados para los Stones. El comienzo fue bueno, con ‘Emotional Rescue’ (1980) y sobre todo ‘Tattoo You’ (increíble que un disco basado en descartes previos contuviese maravillas como ‘Start Me Up’ o ‘Waiting on a Friend’). Pero en ‘Undercover’ (1983) la cosa empezó a agriarse con la aparición de diferencias artísticas entre Mick (partidario de seguir explorando sonidos modernos) y Keith (que abogaba por un retorno a las raíces). El disco se resintió muchísimo y crearía un cisma que incluso imposibilitó que hicieran giras durante prácticamente el resto de la década (de 1982 a 1989).
Frustrado, Mick Jagger decidió probar suerte en solitario con su notable ‘She’s the Boss’ (1985), de manera que cuando decidieron reunirse para grabar ‘Dirty Work’ en el 86 los ánimos estaban aún más caldeados. Más preocupado por promocionar su disco que por grabar, el cantante tuvo largas ausencias en el estudio y el resultado fue especialmente mediocre por su falta de implicación. Si las sospechas de que Jagger se había guardado sus mejores canciones para ‘She’s the Boss’ eran quizá ciertas, no fue desde luego el caso cuando se negó a hacer gira promocional de ‘Dirty Work’ para concentrarse en grabar su segundo y abominable ‘Primitive Cool’ (1987), que consigue la rara hazaña de haber producido la peor portada, canción y vídeo de la historia de su carrera.
Escaldado por el batacazo de crítica y público, y por la reacción de Richards de grabar el año siguiente su primer (y también excelente) primer disco en solitario (‘Talk is Cheap’), Jagger iniciaría un inevitable acercamiento a su viejo compañero, a pesar de los frecuentes ataques y críticas (a veces cruelmente divertidas) con las que Keith se despachó durante toda la promoción de su disco. El resultado de la reconciliación sería ‘Steel Wheels’ (1989), en el que los Stones volvían a centrarse en un sonido clásico y a montar la primera de esas giras mundiales verdaderamente bestias (casi 120 conciertos) con las que asociaríamos al grupo a partir de entonces.
En esa tesitura, y tras sacar dos respectivos discos en solitario más en 1992 y 1993 -esta vez sin piques- en julio de 1994 llegaría ‘Voodoo Lounge’, un disco cuyo mayor mal es directamente achacable al límite de 74 minutos del formato rey de entonces, el CD. Pocos artistas de la época se salvan de aquella nefasta moda en la que la habitual decena o docena de canciones aumentaba en número, en perjuicio de la calidad global. El caso de los Stones es de libro: quince temas que superan la hora de duración y deslucen lo que podría haber sido un disco mucho más redondo.
Por suerte todo lo bueno está al principio, así que siempre queda la opción de escuchar las diez primeras canciones como si ‘Voodoo Lounge’ fuera eso (que es lo que yo personalmente hacía en los 90). Reimaginado así queda un disco apañadísimo, con la estructura clásica de álbum de los Rollings Stones: cara A con tres estallidos de rock and roll para empezar, balada acústica cantada por Keith, y curiosidad pop con ribetes barrocos. Cara B con un curioso tema experimental, balada de Jagger al piano, dos potentes medios tiempos rockeros, y un delicioso cierre de aires fronterizos.
39 minutos que habrían elevado bastante la valoración global de este álbum, porque sin alcanzar la gloria e inspiración de ninguno de sus discos pre-‘Some Girls‘, contiene momentos muy excitantes y bastante inspirados. ‘Love is Strong’ sigue sonando muy bien treinta años después (a pesar de tics sonoros de la época como ese muy noventero sonido de caja de batería con armónico) y la dulce agresividad melódica de ‘You Got Me Rocking’ se acerca mucho a sus “rockers” clásicos, con Daryl Jones haciendo un competente papel sustituyendo a Bill Wyman (retirado ya de la banda a partir de este disco). ‘Sparks Will Fly’ eleva esa primera andanada con tempo vertiginoso y una melodía memorable.
Es cierto que todo ello va emparejado a letras quizá más genéricas que nunca, pero con esos grooves tan logrados, sonido excelente de guitarras, y Mick Jagger cantando exactamente igual de bien que en los 60 y 70, tampoco es para quejarse. Y nunca sobra mencionar que el sutil “swing” de Watts siempre que toca rock and roll -que hace tan único al sonido de la banda- permanece gloriosamente intacto aquí.
Keith canta ‘The Worst’ con mucho estilo, y la bonita melodía crece con esos ribetes country de la guitarra pedal steel de Ronnie Wood, junto a un precioso “fiddle”. Ayuda una letra de claudicación que en su voz agrietada suena especialmente sincera: “Échame la culpa a mí / Pasa de mí / Afuera, en alguna parte, arrojé el amor fuera de mi vida / Y ahora es una tragedia / Lo dije desde el principio, soy lo peor”. Un nivel letrístico que se mantiene en el siguiente corte, ‘New Faces’, la descripción de un “nuevo joven en la ciudad / es la imagen misma de la juventud / y sus ojos son tan azules y te miran a ti”. El antaño irresistible Jagger expresa aquí sus temores de mediana edad ante la presencia de alguien más atractivo que él, en una descripción entre homoerótica y deudora de la poesía isabelina (y sus referencias a la “piel clara” y “pelo brillante”), aspecto que encaja muy bien con su arreglo de clavicordio. Personalmente no es mi favorita, pero se agradece el guiño al sonido de pop barroco que solía aportar Brian Jones (quien era ya poco más que una sombra en el recuerdo en 1994).
La cuota de experimentación se cumple con ‘Moon is Up’, un curioso tema que Charlie Watts grabó en las escaleras del estudio golpeando un cubo de basura vacío, Keith tocó con una acústica con psicodélico efecto de altavoz Leslie, y Jagger cantó distorsionando la voz por el micro de su armónica, con efecto Leslie añadido también. Una canción correcta convertida en algo un poco más interesante, y que da paso a la balada más convincente del grupo en mucho tiempo, conducida con sutileza por el piano de Chuck Leavell (que desde entonces sería su teclista en la sombra en el estudio y los directos, y actualmente ejerce de director musical de sus giras) hasta llegar a su emocionante estribillo (“No lloraré cuando te vayas / No me quedan lágrimas”). Una digna sucesora de otras joyas de temática lacrimógena de su repertorio como “Angie” o “Fool to Cry”.
‘I Go Wild’ es el único tema producido por Bob Clearmountain (el resto fue obra de Don Was), y recarga la pilas guitarreras del disco con eficiencia, preparando el terreno para la curiosísima ‘Brand New Car’: una canción que no disimula su descarado intento de copiar ‘Cream’ de Prince. Lo hace en cuanto a tipo de canción, producción, arreglos (esas guitarras con wah-wah) y algunos segmentos en los que Jagger directamente imita el estilo vocal del genio púrpura. Incluso coinciden en sus letras con doble sentido sexual (en este caso, “chica-coche”). Sin embargo sería justo conceder a los Stones cierto margen de reapropiación, porque los aires glam rock y rock and roll de ‘Cream’ no venían de la nada, y los Stones llevaban décadas cantando este tipo de canciones, incluidos blues con dobles y triples sentidos.
Aires tex-mex adornan ‘Sweethearts Together’, la décima canción del disco, con acordeón de Flaco Jiménez incluido. Su letra parece revelarnos a un Jagger cantando las virtudes de la vida en pareja estable (“Todo el mundo necesita alguien a quien contarle sus problemas / Para compartir el dolor y la risa en un mundo plagado de idiotas / Alguien que cure tus heridas”), pero una vez más hay un subtexto directamente relacionado con Keith: la canción suena a un simbólico sellado definitivo de su reconciliación. Para sorpresa de toda la banda y equipo técnico, la canción (de preciosa melodía) la grabaron juntos en el estudio, armonizando sus voces estilo Everly Brothers alrededor de un micrófono, a pocos centímetros el uno del otro, mirándose a los ojos. “Somos dos enamorados juntos / Nuestros corazones laten como uno solo / Enamorados juntos, y esto sólo acaba de empezar”.
Después de esto, ¿quién necesita cinco canciones más que muy generosamente podrían haber colado como bonus tracks? El acercamiento de ‘Suck on the Jugular’ al sonido Manchester les queda peor de talla todavía que la adopción de Primal Scream del sonido Stones aquel mismo año. Las baladas ‘Blinded By Rainbows’ (Jagger) y ‘Thru and Thru’ (Richards) evidentemente sobran al ser ‘Out of Tears’ y ‘The Worst’ manifiestamente mejores. Y en cuanto a ‘Baby Break it Down’ y ‘Mean Disposition’, no pasan de ser correctos grooves sin verdadero contenido melódico de interés.
La mitad de los 90 fue el último momento en el que los Stones generaron todavía algo de interés en su propuesta artística, antes de pasar a ser un “legacy act” (de proporciones legendarias, eso sí). Pero incluso en aquel lejano 1994-5 ya había cierto tufillo de ansiedad por no perder relevancia cultural, como en el caso mencionado de los guiños al sonido de baile, (que continuarían con parecida poca fortuna con la participación de los Dust Brothers en ‘Bridges to Babylon’ a rebufo de ‘Odelay’) o en episodios tan surrealistas como su inclusión con calzador en un capítulo de ‘Sensación de Vivir’ que giraba por completo alrededor de la gira de ‘Voodoo Lounge’.
Pero es indudable que el legado musical de los Stones seguiría en buen estado de salud todavía durante unos años: su relevancia entre una nueva generación de músicos había reverdecido desde el revival de su sonido por los Black Crowes en 1990 (quienes les telonearon en la gira ‘Voodoo Lounge’ precisamente), con el fetichismo retro de Lenny Kravitz, con la reivindicación de Primal Scream antes mencionada, o gracias a bandas del underground como la Jon Spencer Blues Explosion. Incluso a partir del nuevo milenio se ha podido percibir su influjo en artistas como Wilco, Ryan Adams, los White Stripes, The Black Keys o Kings of Leon. Sin embargo, con el retroceso del rock en la última década se puede decir que la influencia de la banda en la siguiente generación de artistas parece más insignificante que nunca, limitada en todo caso al difuso concepto de “iconos culturales” a nivel casi más estético que musical. Que por otra parte parece lo normal en una banda que el año pasado cumplió su 60 aniversario.