‘Un amor’ de Sara Mesa es una de las mejores novelas de los últimos años. Esa protagonista que lo deja todo, no sabes muy bien por qué, se retira a un pueblo a lo loco, topa con el machismo más repugnante, y luego se reboza en él, traumatiza a través de una prosa ágil y cruda. Desde que se supo que Isabel Coixet iba a adaptar el libro, hubo reticencias. Muchos temían una adaptación relamida o indie. Demasiado romántica o todo lo contrario. No ha sido el caso.
‘Un amor’ es una obra que nos habla del machismo en la sociedad actual, desde sus formas más evidentes a la sutileza con que el mansplaining ha sobrevivido sin que casi nadie se diera cuenta hasta hace bien poquito. Coixet, en ese sentido, hace una buena adaptación. Fiel al espíritu original, y con alguna tímida licencia escénica, a destacar la salida del cuerpo de la protagonista en una de las principales escenas de sexo.
Una de las características del libro es que todos los personajes masculinos dan asco. Unos empiezan dándolo, otros terminan dándolo y uno lo da todo el rato. La dirección de actores es adecuada: Hovik Keuchkerian y Luis Bermejo están estupendos; también ese Hugo Silva tan cuestionable como vecino encantador.
En cuanto al gran reto, la protagonista Nat, Laia Costa era la actriz que aceptaba el marrón, y logra salir indemne. Por algo viene de ganar un Goya: volverá a la carrera del mismo. Hablaba esta historia de deseo femenino, de contradicciones y de empatía. Suele decir Sara Mesa
que el personaje de Nat es el más odiado de la literatura reciente. La película contribuye al debate sobre si esa sensación es justa, subrayando -quizá demasiado- si opinaríamos lo mismo de esta persona si fuera un hombre.Coixet no termina de sacar todo el partido a la parte intrigante y angustiosa de la novela -quizá porque el thriller no es su especialidad-, y en ese sentido había un cenit muy claro que en la película aparece desperdiciado. La buena noticia es que no decepciona con el final, pues será tan polémico y comentado como el del libro.
El desenlace original era ambiguo, ofreciendo al lector la posibilidad de ver el vaso de agua medio vacío o medio lleno. La directora juega con la fantasía y la realidad a través del detalle. Tras haber realizado un uso muy discreto de la banda sonora, sabe generar un clímax haciendo uso de algo que Sara Mesa no podía como novelista: una canción. Después… sabe dejarte con la misma sensación que el libro, incluso optando por una considerable licencia de guión. La sensación de «¿qué coño acaba de pasar aquí?».