Existen pocos cineastas británicos en activo con el prestigio y la importancia de Ken Loach. El veterano director inglés, siempre comprometido en retratar los estragos a los que se enfrenta la clase obrera, lleva más de seis décadas tras las cámaras imprimiendo su inconfundible discurso proletario en sus dramas sociales. Su cine no puede entenderse sin el trabajo de su guionista de confianza, el escocés Paul Laverty, con el que comenzó a colaborar en 1996 y quien firma todos los guiones de las películas que ha dirigido desde entonces.
En esta ocasión, Loach y Laverty viajan a un decadente pueblo en algún lugar del norte de Inglaterra donde acaban de llegar unos refugiados sirios. La población está marcada por la precariedad, donde el único establecimiento que sigue abierto es un pub llamado The Old Oak (El viejo roble) regentado por TJ Ballantyne, uno de los pocos que acoge con los brazos abiertos a los nuevos habitantes extranjeros y que aboga por lograr un clima pacífico para todos. En cambio, la gran mayoría se muestran reticentes a aceptar a sus nuevos vecinos, fruto de la ignorancia y del miedo a lo desconocido.
Bajo esta premisa, temáticamente muy familiar a todo su cine, el director analiza el racismo y las dificultades de la integración social bajo su habitual mirada política. Loach no se ha caracterizado nunca por su sutileza, sino más bien por una inclinación peligrosa al maniqueísmo y al didactismo. ‘El viejo roble’ queda cerca de caer en estos vicios, pero a diferencia de sus trabajos más recientes, termina encontrando la manera de huir del tremendismo y de la tergiversación de la realidad para reforzar su discurso ofreciendo momentos emocionantes sin avasallar.
Loach mira con tremenda ternura a su país y a su gente, incluso a aquellos con los comportamientos más intolerantes, entendiendo su papel como meras víctimas de un sistema capitalista opresor. Si durante la primera parte de la película, el cineasta parece que va a volver a destinar a sus personajes al más cruel fatalismo, estableciendo una suerte de lucha infantil entre buenos y malos, en la segunda mitad es precisamente ese acercamiento cándido lo que eleva la película a algo mucho mejor.
Loach demuestra querer a sus personajes y preocuparse por sus conflictos y sus complicadas situaciones económicas de forma más genuina que en sus últimas películas. En ellas triunfaba una voluntad forzada por el impacto fácil y por la recreación de la miseria, en cambio, en ‘El viejo roble’ el humanismo se cuela en su cine por primera vez en años.
No es una película que busque nuevas formas o que sea innovadora en su discurso. Incluso puede decirse que hay algo de utópico y naíf en la resolución que ofrece Loach, pero aun con sus defectos, no solamente logra crear interés a lo largo de todo su metraje, sino que también regala algunos momentos entrañables.