‘La novia’ fue una de las sensaciones españolas de 2015. La película de Paula Ortiz llegó en un momento en el que el cine español se encontraba algo estancado de ideas. Su adaptación de ‘Bodas de sangre’ de Federico García Lorca, que proponía una vistosa puesta en escena, no tardó en llamar la atención y en despertar pasiones entre cierto sector de la cinefilia española. A esas pasiones, como siempre sucede, también se le unieron fervientes detractores, que alegaban que no había demasiado que rascar detrás de su grandilocuente envoltorio.
El siguiente proyecto de la directora se ha hecho esperar. Recientemente en cartelera pudo verse una película británica que rodó por encargo y que se estrenó en festivales el año pasado llamada ‘Al otro lado del río y entre los árboles’. En cambio, ‘Teresa’, su cuarta película, es mucho más personal y la que sigue la senda que dejó ‘La novia’. Adaptando esta vez una obra de Juan Mayorga, la película muestra una lucha dialéctica entre Santa Teresa de Jesús y el Inquisidor, interpretados por Blanca Portillo (Greta Fernández en su versión joven) y Asier Etxeandía.
Ortiz sigue insistiendo en un cine presuntuoso, con cámaras lentas, símbolos y voces en off, solo que esta vez, al servicio de un guion más endeble que en la película que la puso en el mapa. Todas esas imágenes preciosistas y sinuosas de mujeres levitando por las praderas y personajes atrapados en la grandiosa arquitectura de un monasterio nos recuerdan lo valioso que es el cine de Terrence Malick
y lo difícil que es de imitar.En ‘Teresa’ todo suena impostado, y no únicamente en su pretenciosa propuesta visual. También en un texto extremadamente teatral que no ha sabido adaptarse a la gran pantalla. En la película de Paula Ortiz co-existen dos universos que nunca llegan a complementarse ni a converger: lo visual y lo textual. No hay fluidez narrativa, sino una contaste sensación de letargo. Ni la situación está expuesta de manera atractiva, ni los personajes generan el más mínimo interés. El conflicto de Santa Teresa queda constantemente diluido por el ímpetu de la cineasta en ser ella misma la protagonista de su película, en que se note que ella está detrás de cada plano, de cada movimiento de cámara.
Las interpretaciones, que deberían ser el punto fuerte de la historia, también quedan relegadas a un segundo plano, ya que no se sustentan en nada que funcione. Blanca Portillo intenta darle enjundia a su personaje y plasmar su dolor, pero el guion la sabotea continuamente, haciéndola enunciar discursos feministas que jamás hubieran salido de la boca de una mujer del siglo XVI y que no son más que una forma muy poco elegante de sobreexplicar la importancia histórica de Santa Teresa. Por otro lado, Etxeandía cae de lleno en la sobreactuación con un personaje que ni él mismo parece comprender.
Las ambiciones de Ortiz por hacer una obra importante le juegan una mala pasada en esta ocasión. La película, que fusila la fórmula de ‘La novia’, necesitaba ser mucho más que un ejercicio estético; necesitaba, sobre todo, un objetivo.