‘Sledgehammer’ ha sido versionada por muchos artistas que jamás se conocerán entre sí, entre ellos, Jamie Woon, Dave Matthews Band y Harry Styles. Este último dijo que era «la canción mejor mezclada de la historia». Elton John aseguró que ‘Don’t Give Up’ le había «salvado la vida», acreditando en concreto las voces de Kate Bush. Cuando debutó como artista en solitario, Fever Ray versionó un anti-single de ‘So’ inspirado en la poeta Anne Sexton, ‘Mercy Street’. La piscina de su vídeo ‘When I Grow Up’ era casi tan tétrica como la que inspiró ‘Red Rain’. Tan diverso es el alcance del disco que nos ocupa hoy, con motivo del lanzamiento de ‘i/o’, nuestro Disco de la Semana.
Peter Gabriel había abandonado Genesis en 1975 alegando «decepción de la industria musical» y una «necesidad de pasar tiempo con su familia». Su carrera en solitario había pululado entre el folk pop (el hit ‘Solsburty Hill’) y el art-rock (la interesante segunda parte de ‘3’), con cierto carácter esquivo. Aprendió a tocar instrumentos nuevos, se interesó cada vez más por África y temas espirituales, y no titulaba sus discos siquiera. Le dijeron que sus portadas daban miedo y «alienaban al público femenino». Hasta que llegó ‘So’, el que sería su disco más vendido y, en general, el mejor considerado.
Su trabajo con Daniel Lanois en la banda sonora de ‘Birdy’ de Alan Parker le animó a continuar apostando por este productor, en lugar de otros que había considerado, como Nile Rodgers, finalmente relegado a las guitarras de ‘This Is the Picture’. La decisión fue muy acertada, pues Lanois entendió perfectamente ese carácter onírico que siempre había estado dentro de la cabeza de Peter, al tiempo que su interés por diferentes estilos y la música de diferentes países.
En cuanto a lo primero, la apertura del disco con ‘Red Rain’ no puede ser más significativa. Peter Gabriel había estado soñando de manera recurrente con una piscina llena de vino tinto, y con unas botellas con forma de personas, que saltaban desde un acantilado. «No hay sangre alrededor, ni señal de dolor», cantaba indicando que nos estaba narrando tan solo un sueño, como sugiere la producción, tan sumergida en aquellos 80 que a veces se pintaban irreales. También le inspiró un proyecto que él mismo pensaba realizar llamado ‘Mozo’, sobre un pueblo castigado por lluvia roja debido a sus pecados, y que ya había aparecido en sus primeras obras en solitario.
La canción emblema de este disco sería por supuesto ‘Sledgehammer’, ya solo por un premiado videoclip que resultaría pionero por su uso del stop-motion. Es el vídeo más pinchado de la historia de MTV. Fue, eso sí, la última adición al álbum, siendo una rara avis dentro del mismo por su carácter sexual y por su producción inspirada en la Motown y sobre todo en el sello Stax. El tema es una fantasía de trenes, aviones, abejas, frutas y otras formas fálicas. «Taladro», más que «mazo», podría ser su traducción en nuestros tiempos. «A veces el sexo puede romper barreras cuando otras formas de comunicación no han funcionado bien», solía defender, con muchísima razón.
En sonido, el artista pudo fichar a Wayne Yackson para liderar la sección de metales, tan característica de ‘Sledgehammer’. Y en 1986 la música no era ajena a las críticas tipo «apropiación cultural» e «imperialismo», de las cuales Peter Gabriel se defendía recordando que desde muy pequeño se había interesado por el soul, había formado una banda de versiones de R&B llamada Spoken Word, y había sido habitual en el Ram Jam Club de South London, fundamental en el desarrollo de la escena ska y R&B. «Creo que yo era el único blanco que había por allí. Y vi mi mejor concierto como espectador: Otis Redding cantando, Wayne Jackson a la trompeta. Fue ahí cuando conocí a mis ídolos».
Continuaba ya aquel año respondiendo a Spin: «A todos los músicos que tomamos ideas de otras culturas, nos acusan de imperialismo cultural. Hay cosas de los ritmos de Bob Diddley que he escuchado en patrones del Congo. Parte de lo que consideramos el rock’n’roll fundamental se originó en África. Es un proceso muy natural». El artista celebraba también que el público estuviera abrazando los experimentos de Echo and the Bunnymen con baterías de Burundi, o que Simple Minds se inspiraran en la ópera china. «Los cínicos del rock’n’roll dijeron que no habría audiencia para esto, que nos abuchearían y tirarían botellas y nada de eso ha pasado». Para cubrirse las espaldas, casi una década antes del hitazo ‘Seven Seconds’, el senegalés Youssou N’dour apareció en otro de los temas más populares de ‘So’, ‘In Your Eyes’, que siempre debió cerrar el disco, pero que en algunas ediciones primigenias aparecía a la mitad (su bajo, decían, no quedaba bien en medio del vinilo).
Mejor canción aún que ‘Sledgehammer’ era ‘Don’t Give Up’. Acreditada, como ‘Everybody Hurts’ de R.E.M., como una de esas composiciones que evitan suicidios, no es una simple canción de consuelo a un amigo, sino una canción de profundo carácter social. Muy indicativa de un disco en ocasiones muy político. La letra es así de explícita: «me he mudado a otra ciudad, he intentado por todos los medios asentarme, pero hay demasiados hombres por cada trabajo, demasiados hombres que nadie necesita». O también: «me enseñaron a pelear, y a ganar, nunca pensé que pudiera fallar».
Frente a toda esta frustración, la aparición de Kate Bush apresurando «no te rindas», es salvadora. Como curiosidad, Dolly Parton había rechazado ejercer esa función. Willie Nelson con Sinéad O’Connor, y Bono con Alicia Keys, son solo algunos de los muchos que han contribuido a fomentar tan bello mensaje en tiempos difíciles, como los correspondientes a Margaret Thatcher.
El esmero puesto en tan flotante y extraña producción, que hizo a algún despistado de Chicago Tribune, asegurar que en este disco no había «ningún tema tan asequible como ‘Biko'» (1980), no se va a ningún sitio en el resto de ‘So’. Otra de esas producciones que embelesan es la de la casi instrumental ‘We Do What We’re Told (Milgram’s 37)’, inspirada en el Experimento de Milgram, que trataba de probar si los ejecutores del nazismo podían haber actuado contra su propia voluntad (concluyendo que no). Atrapa tanto como la segunda parte de ‘Low’ de David Bowie, con tanta conciencia como los Pink Floyd de ‘The Wall’.
El mismo carácter nocturno lo encontramos en la mencionada ‘Mercy Street’, el mencionado tema inspirado en el poema de Sexton ’45 Mercy Street’, que narrando un sueño no puede encajar mejor en la imaginería de Peter Gabriel. Igual de extraña resulta ‘This Is the Picture (Excellent Birds)’, una colaboración experimental con Laurie Anderson, que ella ya había incluido en otra versión en su disco ‘Mister Heartbreak’ (1984), y que durante un tiempo fue solo un bonus track. Te gustará si te gusta la posterior pasión por la fauna y flora de Björk.
Otros temas son más inmediatos -aunque bastante lejos de los dos mejores-, como ‘That Voice Again’ o ‘Big Time’, poniendo en relieve que Peter Gabriel en verdad lo que quería era hacer un trabajo pop en este caso. «Aunque a mi manera», puntualizaba. Lo que implicó por ejemplo que el bajista Tony Levin colocara un pañal detrás de las cuerdas de su instrumento para amortiguar el sonido en ‘Don’t Give Up’. O que el guitarrista David Rhodes duplicara guitarras en «Milgram’s 37». La extraña percusión de ‘Big Time’ se logró con Tony tocando solo trastes de bajo mientras Jerry Marotta golpeaba cuerdas con sus baquetas. Inspirado por el batería de los años 40 Gene Krupa, Levin patentaría después los «funk fingers«, llevando sus demostraciones a la era Youtube.
Desde el estudio bucólico de la «Casa Ashcombe» en Somerset en que había trabajado otros discos antes de ya larguísimos parones, Peter Gabriel aunó inspiraciones tan dispares como la Sagrada Familia de Gaudí y un viaje a Senegal para realizar pistas como ‘In Your Eyes’. Supuestamente dedicada a Rosanna Arquette, con quien mantuvo una relación en la época, juega con su dedicación a la espiritualidad y a la religión, algo según sus propias palabras habitual en las canciones de amor senegalesas. A todo este entramado de ideas, decidió darle esta vez una portada en blanco y negro, de foto nítida y sencilla, con mirada fija pero inofensiva a la cámara, que no diera miedo «a las mujeres». Peter Saville, que había trabajado en icónicas portadas de New Order, tenía lo siguiente en mente, adivinando cómo se recordaría el disco: «contemporáneo, joven pero adulto, maduro».