La separación “por tiempo indefinido” de Izal ha llevado a su vocalista, Mikel, a publicar su primer disco en solitario. ‘El miedo y el paraíso’ está producido en su mayor parte por Santos y Floren, como varios discos de Izal, pero también presenta novedades que pueden atraer nuevos oídos a su propuesta.
Como ejemplo ahí está ‘El paraíso’, una canción cien por cien synth-pop, que, dedicada a la amistad, a los tiempos de Mikel en Izal, cierra un disco que utiliza hábilmente la electrónica de diferentes maneras. El pop de los 80 puede ser tanto una influencia en ‘La rabia’, que suena a Future Islands, como los Radiohead de ‘Kid A’ en ‘El presente’. Marcel Bagès es uno de los productores involucrados en varios cortes, y su presencia se nota en ‘La verdad’.
En ‘El miedo y el paraíso’, Mikel encuentra un buen -aunque no siempre perfecto- equilibrio entre la solidez de las melodías y la ambición de la producción. Además, los títulos escritos en sustantivo de estas canciones descubren unas letras igual de sencillas en el mejor de los sentidos: los textos enrevesados de Izal, que, a menudo, no significaban nada, siempre han sido uno de sus puntos flacos. Mikel da un buen paso adelante en este sentido.
El disco sorprende desde el principio con ‘El miedo’, que, mezclando electrónica, cuerdas y ritmos aflamencados, abre con todo el poderío que se espera de este autor. ‘La fe’ es directamente sobresaliente, preciosa, y un saxofón pone la guinda en el pastel. ‘El grito’ es otro emocionante exorcismo de Mikel Izal ambientado en el pop de los 80. El disco convence menos cuando la ambición se sale de madre en la enrevesada ‘La gula’, o cuando las composiciones flojean, como la cumbia de ‘La huida’.
Aunque los títulos de ‘El miedo y el paraíso’ sugieran que Mikel ha querido darle a su debut una pátina vagamente conceptual (de hecho, sus directos estarán divididos en cuatro actos teatrales), las letras afortunadamente buscan la claridad. «Sé que no existes y a la vez eres tan grande» es una invocación poética de ‘El miedo’. Después, Mikel le pide a ‘La fe’ que le «alumbre con su penumbra», en ‘La huida’ habla de «correr y correr» con la sola intención de «aterrizar»… No son grandes hallazgos líricos, pero tampoco distraen con giros imposibles como las canciones de su banda principal.
Cuando Mikel habla de «rumores» y de una «ciudad en la que todos hablan», en ‘La verdad’, el motivo de la canción parece claro, pero no necesita ser explícito. Solo cuando Mikel vuelve a disfrazarse de filósofo de la vida en ‘Lo bueno’ («no se trata de borrar lo malo, es sacarle brillo al error / prefiero guardarme lo bueno, no seguir haciendo eternos los malos recuerdos»), pierde potencia lírica. Pero Mikel sigue siendo un buen transmisor de sus letras, gracias a su voz tan bunburiana, tan rematadamente dramática.
A veces la gracia de ‘El miedo y el paraíso’ está en los detalles: la secuencia está bien pensada cuando el disco pasa de ‘La gula’ a ‘La rabia’, lo más parecido a un hit festivalero que hay en el disco, y los toques de autotune aplicado a la voz de Mikel justamente en estos dos cortes, están añadidos de manera sensible. Así, el viaje que empieza sumido en ‘El miedo’ y termina por todo lo alto en ‘El paraíso’, mención a Madonna incluida, sabe explorar diferentes caminos sin que en ningún caso parezca que Mikel Izal no ha sabido nunca hacia dónde ir.