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‘Perfect Days’: el cálido regreso de Wim Wenders a las ficciones de calidad

Durante los 70 y los 80, Wim Wenders era indiscutiblemente uno de los cineastas europeos más importantes del momento: un director con una sensibilidad fuera de lo común, con una extraordinaria audacia narrativa para hacer poesía mediante sus seductoras imágenes. Esos fructíferos años dieron lugar a varias obras maestras como ‘Alicia en las ciudades’, ‘París, Texas’ o ‘El amigo americano’, aunque a partir de los 2000, toda esa magia pareció haberse esfumado por completo en su cine de ficción (sus relativamente recientes documentales ‘Pina’ y ‘La sal de la tierra’ sí merecen ser reconocidos).

Tras prácticamente dos décadas sin encontrar el modo de recuperar ese estilo que tantas alegrías le dio, y encadenando desastres críticos como ‘Todo saldrá bien’, ‘Los hermosos días de Aranjuez’ e ‘Inmersión’, las alarmas de que ‘Perfect Days’ podría ser un regreso al Wenders de calidad saltaron al ser anunciada como parte de la Competición Oficial de Cannes, aunque no sin cierta desconfianza. Afortunadamente, las buenas noticias se confirmaron en cuando surgieron las primeras críticas.

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Antes de dejarse llevar por el entusiasmo, conviene advertir que no estamos ante una obra que se acerque a los niveles de aquellas maravillosas películas, pero sí hay motivos suficientes para celebrar un regreso más que digno a las grandes ligas cinematográficas de un cineasta del calibre de Wenders. La cinta, ambientada en Tokio y rodada íntegramente en japonés, sigue la rutina de Hirayama, un hombre mayor que trabaja limpiando baños públicos por la ciudad. Su vida es tranquila y rutinaria, pero él parece estar satisfecho con ella.

En ‘Perfect Days’, el legendario director alemán no está preocupado por construir grandes conflictos, sino que opta por una narrativa contemplativa que estudia minuciosamente a su protagonista. Lo que la película se empeña titánicamente por celebrar es su actitud vitalista ante la mundanidad y la monotonía de los días. Donde muchos ven aburrimiento, soledad o estancamiento, Wenders y su personaje (interpretado por un excelso Kôji Yakusho, premiado en Cannes) ven pura belleza. En este caso, la rutina es la excusa perfecta para disfrutar y deleitarnos con todo aquello que damos por hecho o a lo que no prestamos la atención suficiente.

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La poesía urbanita tan característica de su director reaparece aquí tras años de ausencia con algunas secuencias que nos recuerdan por qué nos enamoramos de su cine. Particularmente brillantes son esas brevísimas escenas oníricas monocromáticas que capturan con máxima expresividad y sutileza la psique de Hirayama, o esos preciosos trayectos en carretera escuchando Lou Reed, Patti Smith o The Velvet Underground. Estos momentos cautivadores hacen que casi nos olvidemos de algunas carencias del guion, pero una vez termina, uno inevitablemente desearía que el cineasta hubiera llevado la película un paso más allá, que no reincidiera tanto en sus principales temas y ahondara un poco más en expandirlos en lugar de acomodarse tanto en la superficie. Aun así, la oda a la vida sencilla y a los pequeños placeres de la vida de ‘Perfect Days’ es de una modestia entrañable. Una película sencilla, cálida y acogedora con la que Wenders recupera al fin la inspiración.

Durante los 70 y los 80, Wim Wenders era indiscutiblemente uno de los cineastas europeos más importantes del momento: un director con una sensibilidad fuera de lo común, con una extraordinaria audacia narrativa para hacer poesía mediante sus seductoras imágenes. Esos fructíferos años dieron...‘Perfect Days’: el cálido regreso de Wim Wenders a las ficciones de calidad