El debut de los Violent Femmes no fue el único primer disco que abría excitantes posibilidades para el futuro del pop el año en que fue publicado: ‘Murmur’ de R.E.M. y ‘Confusion is Sex’ de Sonic Youth nacieron también en 1983. Pero mientras que el peso e influencia de estas dos bandas se ha hecho patente a lo largo de los siguientes 41 años, la impronta dejada por Violent Femmes es más compleja de vislumbrar: es evidente que nunca hubo legiones de grupos siguiendo la estela sónica del trío de Milwaukee, pero algo tiene este álbum cuando es recordado y celebrado con sorprendente regularidad.
En cuanto a la ausencia de sucesores, en realidad es de agradecer. Como ocurre con el punk-pop (después de los Ramones todas las réplicas resultan siempre algo pálidas, redundantes), cualquier copia de esta banda habría desmerecido su singularidad. Porque habría resultado muy difícil igualar lo que supone este bombazo de punk acústico que canaliza la angustia romántica y frustración sexual propias de la adolescencia.
Precisamente por eso ‘Violent Femmes’ sigue muy vivo cuatro décadas después. De hecho ha seguido una trayectoria fascinante: tras el impacto modesto de su lanzamiento independiente (las multis los rechazaron por “sonar raro y tener los cortes de pelo equivocados”), el disco fue ganando tracción: en 1987 llegó a disco de oro, y en 1991 incluso entró tímidamente en las listas del Billboard americano. En la actualidad se estima que ha vendido unos tres millones de copias, nada mal para un disco de culto. Un estatus de «grower» labrado durante aquella primera década gracias su creciente popularidad en la crucial red de emisoras de radio universitarias, las críticas entusiastas de la prensa especializada, el éxito creciente de sus giras, y el propio impacto de sus tres siguientes discos. Y por supuesto la razón principal: que se trataba de un álbum completamente excelente, que en 2024 sigue sonando tan fresco e inmediato como el primer día.
Parece imposible creer que la mayoría de canciones de este disco las compusiera Gordon Gano cuando aún estaba en el instituto, pero así fue. Cuadra en cuanto a los temas de ansiedad y psicosis sentimental, pero no deja de deslumbrar la brillante expresión de estas en las letras, y por lo inventivo y atractivo de su propuesta musical, ya perfectamente formada cuando ellos tenían todavía 16, 17 años: una especie de hermanos pequeños de la Velvet Underground con mucha más mala leche que los Modern Lovers, y con el exótico añadido de un descomunal –casi cómico– bajo acústico de mariachi, más un baterista de pie tocando con una simple caja, haciendo ritmos a caballo entre rockabilly, calipso y skiffle anfetamínico.
Se puede uno imaginar el impacto de la visión de estos tres inadaptados tocando por las calles de Milwaukee. Así se batieron el cobre en sus primeros años de existencia (en parte porque no les dejaban tocar en casi ninguna parte, y en parte porque pasaban menos calor ensayando en la calle que en su local), hasta conseguir la pericia instrumental y tablas que tan bien recoge este debut de diez canciones.
La cara A entera es completamente intachable, una sucesión de sopapos de crudeza placenteramente melódicos y con una energía explosiva: del inmortal riff acústico de ‘Blister in the Sun’ (todavía hoy en día su éxito más reconocible y escuchado) se pasa a la excelente ‘Kiss Off’, que abre el melón del aislamiento social e incomprensión adolescentes: “necesito a alguien, una persona con la que hablar / ¿podrías ser tú? (…) la situación empeora, y empiezo a sentir pánico”. La rabia en la voz de Gano, con esa secuencia numérica de colosal tensión creciente, deja claro que la solución de todos esos problemas no va a llegar (“uno porque me dejaste, dos por mi familia, tres por mi corazón roto, cuatro por mis migrañas, cinco por mi soledad, seis por mi dolor, siete porque no hay futuro…”
Curiosamente al llegar el siguiente número Gano canta “ocho… se me ha olvidado por qué era el ocho”, disparando la primera sonrisa de humor negro. Es un momento crucial, porque anticipa que el disco, con toda su carga de bilis y frustración, también te va a hacer sonreír con su ingenio. Algo que se confirma con el paso veloz a ese desenfadado ‘Please Don’t Go’ en clave de reggae, con un groove y coros muy Jonathan Richman, en el que se explora el fracaso sentimental de forma más performativamente pop, alejada de la crudeza confesional del comienzo, o de la maravilla que llega inmediatamente después.
‘Add it Up’ es puro punk acústico via rock and roll de los 50 (los tres Violent Femmes eran muy fans del tercer disco de Gene Vincent, ‘Gene Vincent Rocks! And the Blue Caps Roll’, de 1958). El tema es un excelente exponente de ese dominio de la dinámica de la interpretación en directo, con la banda retorciendo a su voluntad el tempo e intensidad para crear esos momentos de tensión y distensión tan brutalmente bonitos. Que además van acordes con el desarrollo de la letra, que comienza con un directo “Why can’t I get just one kiss?” (“créeme, hay cosas que no me perdería / pero miro a tus pantalones y necesito un beso”) y crece maravillosamente con los mucho más explícitos “Why can’t I get just one screw?” y “Why can’t I get just one fuck?”.
Cerrando la cara A con absoluta perfección, ‘Confessions’ incorpora la primera guitarra eléctrica del disco en un tempo de lamento casi bluesístico, perfecto para su letra de soledad y desengaño. A pesar de esa electrificación (que sigue en la cara B), el disco consigue en todo momento evocar la rabia y la alienación sin una sola guitarra distorsionada.
La segunda mitad del álbum mantiene ese mismo e inspirado equilibrio entre minimalismo semiacústico, rabia juvenil y ganchos melódicos, aportando nuevos y refrescantes matices: pop casi 60s en el estribillo de ‘Prove My Love’ y sus cómicos símiles entre amor y dulces (caramelos de menta, Life Savers), punk desengañado con voz a lo David Byrne en ‘Promises’ (“¿querrás alguna vez amarme? / Ignora mi nerviosismo / Ignora mis miradas perdidas”), y un reptante medio tiempo en ‘To The Kill’ con el Gordon Gano más Lou Reed de todo el disco.
Como bien apuntan las excelentes notas de David Fricke en la preciosa reciente reedición de este ‘Violent Femmes’ (que incluyen dos bonus tracks, más un disco extra lleno de fascinantes demos y una recopilación de temas en directo de 1981 a 1983), el amasijo musical de este álbum se agita y sacude como si proviniese de muchos posibles lugares y ninguno en particular: el CBGB neoyorkino de 1976, el revival folk de los 60, los estudios de la Sun Records en los 50… Por esa razón la composición propia ‘Go Daddy Go’ encaja tan bien la interpolación del ‘I Just Wanna Make Love To You’ del legendario compositor de blues Willie Dixon, hecha popular en los 50 por Muddy Waters y después Etta James.
Pero todos estos elementos musicales se quedarían en un simple batiburrillo si no creasen algo nuevo al combinarlos con confesionalidad lírica, que resulta única en su crudeza emocional. No cuesta imaginarse a esxs adolescentes de mediados de los 80 identificándose con el miedo a la volatilidad del amor (o quizá la codependencia) de la colosal y concluyente ‘Good feeling’: “¿No te vas a quedar un rato más? / Parece que siempre te estás marchando / Cuando te necesito aquí más tiempo / Hay tanto a lo que temo / Una vocecita me dice que me estoy volviendo loco / al ver mis pequeños mundos desaparecer”). Ni Willie Dixon ni Lou Reed habrían escrito algo tan introspectivo, ni darían el hermoso giro poético que sigue: “un vago boceto de una fantasía / riéndose del amanecer como si hubiese estado toda la noche despierto”. Su aire casi de himno adolescente (para teenagers inseguros), con precioso piano y cuerdas, supone el broche de oro melódico a un disco que es una joya atemporal.