La segunda película de la mexicana Lila Avilés, presentada el año pasado en la sección oficial de la Berlinale, es una de esas obras pequeñas y despojadas de grandilocuencia que esconden una profundidad arrolladora. ‘Tótem’ sigue a Sol, una niña de siete años, durante el día en el que su familia va a hacerle una fiesta de cumpleaños a su padre, enfermo terminal de cáncer.
Como ya lo haría en su interesante opera prima, ‘La camarista’, la cineasta insiste en la rutina de sus personajes sin buscar grandes arcos dramáticos. Su mirada observa con detalle su día a día y su forma de relacionarse con el entorno que les rodea. En su nueva película, aunque coral, Avilés toma principalmente el punto de vista de una niña que intenta comprender el mundo de los adultos de su familia en los preparativos de la fiesta para su padre.
Todo lo que cualquier otra cinta sobre este tema descartaría como irrelevante, es en lo que Avilés deposita todo el peso narrativo. Así, la tragedia de ‘Tótem’ se mantiene prácticamente siempre fuera de campo. La cineasta compone un preciso ejercicio de observación y de comprensión en situaciones en las que la comprensión no es fácil para nadie: en esos confusos momentos que anteceden a algo inevitable e imborrable en la vida de uno. En la atmósfera familiar que crea Avilés, sobrevuela siempre la muerte acechante del conmemorado, pero evita a toda costa el sentimentalismo, reforzando aún más la vocación hiperrealista de su cine.
Además del evidente dolor que atraviesan los personajes, el filme les muestra preocupados por todo aquello que precede (y que sucede) a la pérdida, como los trámites burocráticos o los asuntos económicos. Mediante una puesta en escena compuesta principalmente por secuencias con steadicam y cámara al hombro, Avilés explora ese universo familiar de una manera tan cercana como respetuosa con sus protagonistas y la situación por la que están pasando. Para lograr este difícil equilibrio, hace falta mucho más que talento detrás de las cámaras: es necesaria una visión humanista y una sensibilidad extraordinaria.
Algo que también evidencia el sentido del humor que en ocasiones se cuela en la pantalla. Avilés sabe que, en los momentos más trágicos de la vida, la comedia también puede estar presente. Que hay ciertas situaciones son tan difíciles de lidiar que hay que recurrir a medidas desesperadas, y estas pueden derivar en momentos rocambolescos, como bien muestra la brillante escena de la médium ahuyentando a los malos espíritus, con la que la cineasta no solamente logra divertir, sino también una poderosa fuerza dramática.
Mientras que la narrativa se esfuerza siempre por susurrar el drama, en ‘Tótem’ son los pequeños detalles (una tarta de cumpleaños, las preguntas inocentes de una niña) los que gritan, los que te encogen el corazón. Sin necesidad de utilizar recursos fáciles para hacer brotar las lágrimas del espectador, la segunda película de Lila Avilés es uno de los tratados sobre la pérdida más devastadores, emocionantes y bonitos de los últimos tiempos.