“Quiero empezar a conocerme como si me hubiera parido”. El compromiso de Carlos Ares con lo primitivo traza el camino de su primer disco. En ‘Peregrino’ la portada es cavernosa, las guitarras acústicas atacan con fuerza y bravura, las letras hablan de cabañas, y pájaros o filosofan sobre el devenir del ser humano echando mano del mismo campo semántico de lo natural. “Es un hecho frío como el polo”, rima Ares, “que nacemos y morimos solos”.
Pocos debuts llegan al marcado fijados en un concepto tan marcado y concreto. Pero es -ejem- natural que Carlos Ares saque un disco como ‘Peregrino’. El gallego, que se dio a conocer en 2017 con ‘Tiemblo’, su primer single, ha ido con los años desarrollando un sonido folk-pop que suena propio. Él no renuncia ni a la electrónica ni al autotune y, además, canta con toda la visceralidad de la que es capaz, por ejemplo en ‘Aquí todavía’, sonando al hijo imaginado de Sen Senra y Pucho de Vetusta Morla. Por decir algo.
Las canciones de ‘Peregrino’ tienen más del primero que del segundo, eso sí. Más que nada porque Carlos Ares escribe -o al menos lo parece- con toda la intención de que sus canciones sean himnos. Son canciones melódicamente musculadas, coreables y emocionantes, que hacen parecer a Carlos Ares realmente venido de la nada. Ares está fichado en una multinacional -BMG- que probablemente ha estado desarrollando su talento durante años. Y ‘Peregrino’ llega al mercado plenamente formado.
Igualmente formadas suenan sus composiciones. Los estacazos guitarreros definen su sonido, por ejemplo, en la bravucona ‘Velocidad’, en la que, acompañado de cazuelas y arpegios de sintetizador, Ares manifiesta su destino de ser “libre e independiente”. ‘Peregrino’, la pista titular, es heroica como Pocahontas, imaginando un “hijo de la tierra” que busca su camino “adonde vaya el agua, el más bravo río” y que vive “en la más alta cabaña, en la más alta montaña”. Tan lejos va Ares con el concepto naturalista que va “desnudo y en sandalias” para “labrar” su propio “sino”.
La producción de ‘Peregrino’ -firmada por Carlos Ares- busca en todo momento adecuarse a lo “rústico” (citando la nota de prensa oficial) o rudimentario, hasta el punto de que el momento de respiro del disco, ‘Terrícola’, incluye sonidos de grillos y viento. En el otro lado de la moneda, Ares se descubre como todo un experimentalista escribiendo deconstrucciones como ‘Cigarra’, en la que directamente suelta barras sobre una base entre el trap y el folk que va totalmente por libre, como él corriendo desnudo por la montaña.
En ‘Amigo’, otra de sus composiciones destacadas, Ares bordea el grunge, pero el disco se crece especialmente cuando toca la fibra sensible de manera más clara. Dentro de los códigos establecidos en ‘Peregrino’, los “días en vilo” de Ares se transforman en ‘Rocíos’ es una canción preciosa de esas que dan ganas de cantar a los cuatro vientos. Y el humor -deliberado o no- sigue estando presente cuando canta que “con todos los palos que me da la vida, hago una fogata y vierto gasolina”. El compromiso absoluto con lo natural y «primitivo», en uno de los debuts más peculiares del año.