Leo la entrevista a Paloma Faith en The Independent y pienso que ojalá me gustara más ‘The Glorification of Sadness’. Parece una tía bastante maja, y además empatizas con lo que cuenta, con lo que representa este disco y con lo complicado que ha sido el camino sus últimos dos años: “hasta ahora nunca en mi carrera había llorado en una entrevista”, asegura mientras se seca las lágrimas con un pañuelo, y después de recibir un mensaje de su psicóloga preguntándole “¿vas a estar bien hoy?”.
Tras la ruptura con su pareja de varios años, y padre de sus hijos, está claro que la cantante no pasa por el mejor momento de su vida, y hacer este disco imaginamos que ha sido terapéutico en cierto modo, así que, como decía, quieres que te guste, incluso piensas cómo puedes ser tan frío para no conectar con él.
Y la clave está en otro momento de esa entrevista, cuando Annabel Nugent, la periodista, cuenta que su vulnerabilidad en persona contrasta con el personaje que se ha cultivado, y la propia Faith dice que la mayor idea equivocada que hay sobre ella es que es una persona fuerte. El principal problema de ‘The Glorification of Sadness’ es ese: quiere ser un disco catártico pero hay algo en él que no se siente auténtico. La persona que canta temas en teoría cargados de emoción y de vivencias propias no parece la misma de la entrevista en la que cuenta esas vivencias. Y no hay que irse muy lejos: el álbum empieza con ‘Sweatpants’ (ojalá remix con Chenoa), que ganaría mil de tener cierta estabilidad. Las estrofas son muy buenas, los arreglos de violín le sientan fenomenal, empiezas a conectar… y llega el estribillo y esas florituras con la voz que tan poca falta hacen en una canción como ésta.
Paloma tiene una voz privilegiada, de eso no cabe duda, pero da la sensación de que quiere demostrarlo todo el rato, y demostrar lo empoderada que está. Y desluce lo que se beneficiaría de más delicadeza, como ocurre en ‘Say My Name’ (también es que hacer una canción con ese título pone ya el hype alto). ‘God in a Dress’ o ‘Bad Woman’ son quizás los mayores ejemplos de esto; la artista cuenta que, para ‘God in a Dress’ quería “una energía de Janis Joplin o Joan Jett”, pero se queda más en una Jessie J o Demi Lovato: voces desde luego potentes, pero lejos de referentes con tantísima personalidad y tanta capacidad para transmitir.
‘Divorce’, cuya melodía recuerda a la de ‘Hero’ de Enrique Iglesias, es algo mejor en este aspecto, pero sigue un escalón debajo de lo buenísima que podría ser. Recuerdo que Tove Lo me contó en una ocasión cómo muchas veces las canciones empoderadoras le hacían “sentirse un fracaso absoluto”; quizás eso es un factor aquí, y quizás por eso funciona ‘I Am Enough’: aquí sí juega con lo que “tienes” que sentir (en el estribillo) y lo que realmente sientes (en las estrofas).
También están en la parte de arriba ‘Enjoy Yourself’, con esos primeros resquicios de luz en las semanas posteriores a una ruptura (“tired of the same old thing / and everything is strange, strange, strange / had enough of strange, strange, strange”), ‘Let it Ride’ (el guitarreo del puente le sienta genial, y la canción es uno de los momentos donde Faith se acerca más a Anastacia y menos a Jessie J) y la adelesca ‘Already Broken’, que la artista describe como “una canción de amor para boda, pero para una segunda o tercera boda”, y en la que se ve a sí misma volviendo a tener citas, apostando por la esperanza y a la vez admitiendo que le cuesta.
O ‘Pressure’, un featuring con Kojey Radical y ritmos trap en el que canta cosas como “I’m a fixer and I’m mixed up, I’m smiling but I’m broken inside”, y se aleja del tono disonante con el que entrega otros versos tristes del disco. Hay otros temas uptempo menos conseguidos, como el lead single ‘How You Leave a Man’ o ese ‘Cry on the Dancefloor’ que cuando empieza parece que es Sia, y que define como “el mayor himno gay que he hecho”. Lo es, efectivamente, pero suena a mil cosas. ‘Hate When You’re Happy’ y ‘Eat Shit and Die’ quizás sean las más infantiles, aunque desde luego la primera es bastante mejor.
A lo tonto, Paloma Faith acaba entregando 17 temas (realmente 14, porque 3 son interludios), y el disco no es que se haga pesado, pero sí se hace bastante genérico, y no se notan los “compositores estrella” como Låpsley, Charlie Puth o MJ Cole. La producción agradece las aportaciones de Chase and Status (la mencionada ‘Pressure’) o Jack & Coke (que de bops de Tove Lo o ‘Euphoria’ pasan al estupendo cierre algo más íntimo de ‘Already Broken’), pero poco más. Junto a ellos, la londinense repite con TommyD y suma a Andrew Wells (Halsey, Meghan Trainor), Martin Wave (Vince Staples), Fred Cox (Little Mix) o Tommy Baxter (Olly Murs). En definitiva, si en ‘Infinite Things‘, su anterior disco, Paloma Faith contaba que había “entristecido” las canciones y cambiado el material que tenía hecho a causa de la pandemia, aquí es como si hubiera ocurrido lo contrario. ‘The Glorification of Sadness’ no se siente un trabajo orgánico, y sería mucho mejor de haber integrado mejor la producción, de haber cuidado más las letras y, sí, de haber conseguido que la protagonista fuese la voz de Paloma Faith, y no su potencia vocal.