Alice Rohrwacher se ha convertido por méritos propios en una de las cineastas más importantes de la actualidad. La originalidad y personalidad que emanan sus obras hacen que no se parezcan a nada, por mucho que sea evidente que se nutren de la tradición cinematográfica italiana, con Fellini y Pasolini como máximas referencias. Su cine parece sacado de otro tiempo a la vez que juega con recursos postmodernos, y es, precisamente, esa atemporalidad lo que produce la sensación onírica e inmersiva de todas sus historias.
Tanto ‘El país de las maravillas’ como ‘Lazzaro Feliz’ presentaban un choque entre lo rural y lo urbano de una manera muy poco común en el cine europeo actual. El discurso sociopolítico estaba implícito en ambas, pero no era ni mucho menos el foco principal. En ‘La quimera’, Rohrwacher vuelve a retratar ese contraste de estilos de vida trasladando al espectador a un ambiente rural en unos años 80 totalmente despojados del progreso de las grandes ciudades. Allí presenta a un grupo de ladrones de tumbas etruscas, al que pertenece Arthur (Josh O’Connor), un inglés que acaba de perder a su novia, y que tiene la extraña capacidad de saber dónde cavar para encontrar los tesoros bajo tierra.
Rohrwacher propone una narrativa tan poética como, en un principio, compleja, donde la información se va revelando paulatinamente, sumergiéndonos en una experiencia casi física. Como todo su cine, ‘La quimera’ suspende el tiempo en un fascinante (neo)realismo mágico lleno de símbolos y misterios que se van abriendo al espectador como la luz de una vela en la oscuridad. La cineasta hechiza componiendo una atmósfera sensorial e hipnótica donde, además, reflexiona sobre la vida y la muerte; lo tradicional y lo contemporáneo.
Al frente de todo ello está el magnetismo de Josh O’Connor en la que es, por mucho, la mejor interpretación de su carrera. El actor compone todo un ejercicio de contención encarnando a un personaje destruido por la pérdida de su amada y desencantado con la crueldad del mundo capitalista. También, entre los muchos personajes memorables, Rohrwacher rinde un homenaje directo a su admirado Roberto Rosellini guardándole un papel a su hija, Isabella Rosellini, como la anciana suegra de Arthur.
La originalidad y lo imprevisible del relato no solamente se encuentra en el guion, sino también formalmente, donde la cineasta apuesta por alternar tres formatos analógicos diferentes. Lejos de resultar un mero capricho estético, contribuyen a la narrativa de la película, logrando esa sensación onírica y de fábula tan característica en todas sus obras.
El cine de Alice Rohrwacher, tan deudor de los clásicos y a la vez tan refrescante y moderno, sirve para recordar que las posibilidades del medio son infinitas, que la ficción siempre va a poder ofrecer mundos apasionantes y experiencias profundas. ‘La quimera’ es una de ellas: un tesoro escondido de incalculable valor que enamora y deslumbra.