El nuevo disco de Pearl Jam viene precedido por la intriga de cuánto les afectaría la incorporación del productor Andrew Watt, conocido por revitalizar sónicamente para el nuevo mundo del streaming a artistas veteranos como Iggy Pop u Ozzy Osborne. Un tipo de tratamiento arriesgado, porque cuando no funciona (como con el disco de los Rolling Stones) acaba siendo el equivalente musical de una operación de cirugía estética fallida. Por suerte los de Seattle no están tan despistados como Mick y compañía, y eso se nota para bien en esta colaboración; su imaginario musical entra dentro de territorios sonoros que toleran mucho mejor los anabolizantes tratamientos de Watt (su apellido artístico es, literalmente, “vatio”).
Si nos retrotraemos cuatro años, los discretos méritos de su anterior ‘Gigaton’ (2020) parecen un simple bache frente al entusiasmo creativo de esta nueva entrega, una chispa que aparentemente prendió en Eddie Vedder tras su último disco en solitario (‘Earthling’, 2022, con Andrew Watt ya a los mandos). Pearl Jam suenan muchísimo más inspirados en estas nuevas 11 canciones, con momentos que recuerdan a su fase imperial de ‘Ten’, ‘VS’ y ‘Vitalogy’.
Es bonito ver que la banda en pleno 2024 sea capaz de reverdecer aquello que hacía de aquel trío de discos una propuesta tan atractiva (grunge, pero con interesantes gotas de pop), algo evidente en melodías tan bien trazadas como la de la inicial ‘Scared of Fear’, o ‘Won’t Tell’. La primera de ellas abre el disco con un brío rock arrollador, y como será frecuente durante el disco, mira al pasado entre la nostalgia (“We used to laugh / We used to sing / We used to dance / We had our own scene”) y la sensación de que se escapa lentamente (“I can’t give up / I’ll live, not long enough”).
‘Won’t Tell’ adolece de la única pega que se le puede poner a la producción, y es un deje de sonido comercial ligeramente U2, perfecto para sonar en playlists de rock-indie de guitarras pero en disonancia con la crudeza elegante del resto del álbum. Se vuelve a repetir con ‘Wreckage’ y su sonido demasiado domesticado, que parece imitar a un Tom Petty (¡o aún peor!), pero con ampulosidad marca Watt.
Por suerte en el balance final del disco salen triunfadores los casi siempre interesantes e inventivos riffs de guitarra, en alianza con un Vedder por cuya garganta no parecen haber pasado tres décadas. Se nota en canciones como ‘Dark Matter’, contundente pieza de ritmo clásico de grunge-funk donde los efectos de guitarra, zumbando como mosquitos con trémolo que casi suenan a arpegiador de sintetizador, impulsan al álbum muy arriba.
Los coqueteos con los sonidos excesivamente masajeados desaparecen definitivamente en la aún más interesante cara B, que ofrece canciones bastante extensas (tres de más de cinco minutos) pero que no se hacen pesadas en absoluto: ‘Upper Hand’ vuelve a estar agraciada con excelentes melodías en estrofa y estribillo; es un medio tiempo con larga intro ambiental y secciones y secuencias de acordes de psicodelia clásica (amplis Leslie, arpegiados hendrixianos y solos bastante David Gilmour), y de nuevo letras sobre el paso del tiempo: ‘The distance to the end / Is closer now / Than it’s ever been”.
‘Waiting for Stevie’ está aparentemente inspirada en una ocasión en la que Stevie Wonder hizo esperar a Vedder en un estudio, pero en realidad habla de la incapacidad de sentir (‘You can be loved by everyone / And still not feel, not feel love’), y de nuevo ofrece una gran melodía envuelta de excelentes guitarras con sonido tan eminentemente 90s como son la legendaria combinación de chorus y distorsión (que se asocia al shoegaze pero que era completamente transversal con estilos como el grunge), con unos excelentes McCready y Gossard a lo largo y ancho del disco. Lo completa un estribillo épico muy satisfactorio que recuerda a los mejores tiempos de ‘Ten’.
Tras el casi interludio punk de ‘Running’ (apenas dos minutos) llega una sección final con más sonido clásico Pearl Jam de buen nivel (‘Got to Give’) y dos curiosísimas excursiones algo alejadas del grunge y que sin embargo resultan todo un éxito. Por un lado ‘Something Special’, la propuesta más pop de todo el disco, con un ritmo casi de country-pop que abraza muy eficientemente una melodía y letras especialmente sentidas por parte de Vedder, dedicadas a su hija: “Si pudieras ver lo que yo veo ahora / Debes que saber que estoy mirando tan orgulloso (…) cada revés no es otra cosa ahora que una oportunidad de crecer / Y una prueba más de que eres fenomenal”. Habrá a quien le choque tanta sentimentalidad, pero habría que ser muy cínico para no ver que Vedder ha puesto su corazón en versos como “Háztelo tu misma, no eres del tipo que necesita un hombre / Pero si encuentras uno, mejor que sepa que eres muy especial”.
La otra pieza es ‘Setting Sun’, que pone broche final con calma ambiental y toque exótico gracias a sus percusiones y atmosféricos efectos. Es el único momento propiamente acústico de este ‘Dark Matter’, lo cual lo convierte en un cierre original y especialmente agradecido, como una descompresión después de la energía desplegada en los cuarenta minutos anteriores. Esos versos que dicen “podemos convertirnos en un último anochecer / ¿Soy yo el único que está dispuesto a resistir?” podrían muy bien referirse a los propios Pearl Jam, pero con discos así parecen bastante tener energía e ideas de sobra para permanecer.
Es de agradecer que Andrew Watt haya sido lo suficientemente contenido para respetar en su mayor parte el sonido de Pearl Jam, o quizá la banda se dejó engatusar menos que Mick Jagger por engañosas promesas de auto-tunes, distorsiones vocales y ultracompresión. Sea como fuere, en los mejores momentos de ‘Dark Matter’ (que son numerosos) Pearl Jam han conseguido, sin salirse de su estilo “clásico”, no sonar trillados ni con el piloto automático, sino frescos, por muy contradictorio que parezca. Sólo se me ocurre echarle la culpa a sus melodías inspiradas, materializadas con gran estilo y energías renovadas.