Netflix estrena a mediados de abril sin nada de promoción una serie inglesa bastante pequeña. Unos días después, la serie empieza a beneficiarse del boca-oreja (aunque parezca increíble, todavía existe), va teniendo un público que sigue aumentando, y empieza a aparecer a nivel internacional. Pasada una semana, en nuestro país está la mitad de Twitter hablando de esa serie y la otra mitad recomendándola, como cuenta aquí la crítica de cine Beatriz Martínez.
Esa serie se llama ‘Baby Reindeer’ (‘Mi reno de peluche’), en su segunda semana tuvo un crecimiento del 400%, y un mes después está a punto de colarse en el Top 10 histórico de Netflix. A niveles de ‘Stranger Things’, pero costando cientos de millones menos. Netflix no ha sido tonta y en tiempo récord la ha mandado para los Emmy, donde sería muy raro que no se llevase más de uno. Por conquistar, ha conquistado hasta a Stephen King.
Y es curioso que haya gustado tanto al autor de ‘Misery’. Si has oído hablar de ‘Baby Reindeer’ pero no la has visto, tu idea será un poco la que yo mismo tenía cuando empecé a verla después de ver que todo el mundo estaba hablando de ella: una cosa un tanto camp y con mucho humor negro que llevaba al siglo XXI a la Annie Wilkes de ‘Misery’, una de las mayores villanas del cine tras su adaptación.
Al fin y al cabo, a priori ése es un poco el punto de partida: un monologuista fracasado que curra de camarero conoce a una señora (papelón de Jessica Gunning, que te sonará si eres fan de ‘Doctor Who’) con evidentes desequilibrios mentales, que desarrolla una obsesión hacia él, interfiriendo en la relación con su pareja (Nava Mau), y convirtiéndose en una stalker de tomo y lomo. Por qué esto tiene potencial para resultarnos gracioso y no ocurre si el stalker es un hombre es un buen melón, uno de tantos que hay en esta serie.
Porque hay humor en ‘Baby Reindeer’, pero hay más terror y, sobre todo, drama. Detrás de todo esto está Richard Gadd, mínimamente conocido en su país como actor (series como ‘Against the law’, de la BBC) y guionista (‘Sex Education’) pero, sobre todo, en el mundillo de la stand-up comedy: tras shows bastante más punkies como ‘Breaking Gadd’, Richard se llevó un Perrier (algo así como los Oscar de la comedia) por su giro dramático en ‘Monkey see, monkey do’, y de ahí pasó a esta ‘Baby Reindeer’ que Netflix le propuso adaptar a serie… y que habla de su propia vida. Sí: Richard Gadd escribe y protagoniza una serie en la que, bajo nombres ficcionados (él es Donny Dunn) revive sucesos bastante complicados, y es innegable que el morbo ha sido uno de los factores que ha llevado al público a ver esta historia.
Pero la clave no está ahí: vienes por la stalker, te quedas -si no te desesperan las decisiones del protagonista antes- por el cuarto episodio, y ya con el monólogo del sexto te rindes ante una firme candidata a serie del año, y una de las mejores series que han salido de Netflix.
Al contrario que con ‘El juego del calamar’, en esta ocasión el fenómeno está a la altura de la calidad. Es cierto que la dirección (que Gadd deja a cargo de Weronika Tofilska y Josephine Bornebusch) es bastante discreta, pero diría que eso es otro punto a favor de un relato tremendamente visceral, y en el que es mejor entrar sabiendo lo menos posible… por eso estoy evitando contar aspectos más concretos de la trama o de su evolución. Por eso, me limitaré a decir que, además de sus tres protagonistas, es imposible no destacar el trabajo de Mark Lewis Jones (quién diría que la frase “me crié en la Iglesia Católica” podía hacerte llorar) y, sí, de Tom Goodman-Hill en uno de los roles más inquietantes del año. Y me limitaré a decir que es muy interesante cómo ‘Baby Reindeer’ aborda el ciclo del trauma (al que cuesta muchísimo ponerle fin), lo frágil y retorcido que es el ego (pensar que eres un puto genio o que eres una puta mierda acaban existiendo en un mismo espacio), y la complejidad de algunas decisiones aparentemente absurdas que toma el protagonista. Hay decisiones que van en contra de tu dignidad e incluso de tu supervivencia, pero que comprendes especialmente si has estado en alguna situación parecida: son decisiones que tienen sentido cuando en tu cabeza hay una búsqueda de afecto y de hogar bastante chunga.
“Si pudiera embotellar una sola emoción de toda mi vida, para poder experimentarla de nuevo, sería cuando me nombraron como ganador del Perrier, y escuché a la gente gritando y felicitándome, casi sentí mi cerebro moverse a un lugar distinto por esa euforia… estaba muy traumatizado por todo lo que me había ocurrido, pero la adrenalina me inundó completamente” ”, contaba Richard al Hollywood Reporter en una de sus primeras entrevistas post-éxito. Precisamente por la honestidad que nos muestra en ficción a través de su álter ego Donny, puede que el monstruoso éxito de la serie no le venga muy bien a nivel personal, como apuntaba hace poco el periodista Javi P. Martín. Puede, incluso, que lo mejor para su propia salud y para cuidarse sea dar un giro a su vida y alejarse de lo relacionado con el entretenimiento y el arte. Si lo hace, desde luego ese mencionado ego puede tener un consuelo: su carrera ya tiene una obra cumbre, una de esas que muchos no llegan a hacer nunca.