En julio de 1989, tras una desastrosa actuación para un evento MTV en Connecticut, quedó evidenciado que los Milli Vanilli que conocíamos no cantaban. El trabajo sucio lo hacían otras personas. No quedó ni una sola persona en el mundo del pop sin enterarse de que Fab Morvan y Rob Pilatus eran unos farsantes.
De ninguna manera habría adivinado entonces que, 35 años después, me encontraría cantando sus canciones en la primera fila de un festival en Mallorca. Que estarían entre lo mejor de un fin de semana. Que Fab diría «oh» y yo contestaría «yeah», que él cantaría en riguroso directo que «it’s a tragedy for me to see, the dream is over», y la audiencia respondería fiel: «girl, I’m gonna miss youuuuu».
En Mallorca Live hay un escenario llamado The Club que es una fantasía. Sobre todo el día de la fiesta Flexas, que programa La Terremoto de Alcorcón. Las actuaciones pueden durar unos 15 minutos: lo justo para que la audiencia conecte con el artista, cante un par de hits y se marche a otro sitio con una sonrisa de oreja a oreja. Fab Morvan de Milli Vanilli cantó de manera muy clara, se contoneó como quiso, se acercó a la audiencia varias veces, y en Instagram nos dejaban al respecto un mensaje que daba para pensar. Si en 1989 los lanzamos a la hoguera por hacer playback, qué deberíamos hacer con muchos de los artistas que triunfan hoy en día.
No sé cuánto duró el subidón de Milli Vanilli, porque estaba anunciado para las 21.40 y a las 21.39 ya había empezado, pero de no ser por su brevedad, diría que habría devorado la segunda jornada de Mallorca Live. Más que por la nostalgia (le funcionó hasta una versión horrible de ‘Call On Me’), por la relectura de la historia que está haciendo Fab Morvan. En cualquier caso, lo mejor de este viernes seguro que fue Michael Kiwanuka. Un show exquisito, delicado, meticuloso en detalle e instrumentación, 100% ajeno a las prisas del mundo capitalista y obsesionado con las redes sociales de hoy en día.
Con una banda excelente y un grupo de coristas femeninas que sabían perfectamente cuándo gritar, cuándo susurrar y cuándo incluso desaparecer de escena, Michael Kiwanuka transmitió la sensación de atardecer perfecto incluso mucho antes de proyectar tal cosa sobre las pantallas. Es verdad que su concierto tiene partes más planas y áridas que solo saben entenderse en las primeras filas o funcionarían-mejor-en-un-teatro, pero también lo es que ‘Black Man in a White World’ y ‘My Hero’ hicieron bailar lo suyo, y que los momentos del artista a solas con su guitarra, como ‘Home Again’, tienen muchísimo encanto. Como metáfora sobre si su show pudo ser sobresaliente o un poco aburrido para un festival, vi a una pareja desertar casi al final del set, e inmediatamente volvieron corriendo cuando se dieron cuenta de que el concierto iba a terminar con ‘Love & Hate’. Muy bonito. Papa-parapá-parapapá.
Quienes arrasaron seguro frente a una cantidad de público descomunal (el Escenario Innside casi repleto) fueron Lori Meyers
. Beneficiados por el fin de Kiwanuka, y pese a que competían con Derby Motoreta, que acaban de ser número 1 en nuestro país, celebraron todas sus canciones como si fueran himnos populares que siempre han estado ahí. Seguramente porque de hecho ya lo son, y más de lo que nos imaginamos. Si hace unos meses 11.000 personas en el WiZink Center -muchas, muy jóvenes- corearon ‘Luciérnagas y mariposas’, ‘Tokio ya no nos quiere’ o ‘Siempre brilla el sol’, lo mismo sucedió ayer en Mallorca, donde además habían dado un acústico frente al castillo hace unos días como aperitivo. El público se terminó de venir arriba, al final, como siempre, con ‘Emborracharme’ o ‘Mi realidad’, pero insisto: lo bueno es la consistencia de un setlist de más de una hora que está tan lleno de clásicos como el repertorio de Mecano, La Oreja de Van Gogh o Amaral. Y para despistados, despistadísimos, lo digo para muy bien.Entre las curiosidades, las proyecciones del momento «alza tus manos» de ‘Zona de confort’ ya solo pueden saber a Stella Maris, y Noni creó una arenga para que la gente cantara, que debería crear escuela: «¡Mi madre grita más!».
Más irregular fue el concierto de Underworld. Karl Hyde, de manera improbable, ha terminado siendo mi gogó favorito del mundo. Empezó y terminó por todo lo alto, reservando para el final ‘Born Slippy’ como recuerdo para todos de cuánto se están copiando los años 90. Pero en medio se hizo un poco de bola. No les habría venido nada mal incorporar alguna canción más diferenciada de su repertorio, como por ejemplo -sí, otra vez, soy muy pesado-, la sublime ‘Always Loved a Film’.
La noche la habíamos empezado con el concierto crepuscular de María José Llergo. La cantante apeló a la «ultrabelleza» no de su disco, que también, sino del público, desgranando momentos más raperos (‘Juramento’), más boleros (‘Tanto tiempo’), más flamencos (casi todos) en compañía de un par de músicos. En un momento dado, oteó una bandera palestina entre el público y la pidió, prometiendo que la devolvería, eso sí. «¡Viva Palestina libre!», gritó. «A veces no es fácil posicionarse en las redes sociales», explicó, referenciando el odio que se puede llegar a recibir, pero asegurando que merece la pena «cuando ves que hay mucha gente que opina como tú».
Y la noche la terminamos a medio camino entre el set de 2 Many Dj’s, con hits de gente como Chemical Brothers, y la fiesta Flexas, con gente como ChicoBlanco realizando una sesión en la que pinchó muchísimo techno-house, a sí mismo y también una remezcla de ‘Don’t Tell Me’ de Madonna; o La Terremoto de Alcorcón paseándose por el set de vogue medio queer medio curious de Illustrious Blacks.