Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha intentado encontrar la receta para la juventud eterna. Vivimos en un mundo donde la vejez es sinónimo de fealdad, y en consecuencia, estamos constantemente rodeados de publicidad que nos invita a frenar las irremediables marcas que deja en nosotros el paso de los años: arrugas, canas, piel caída, etc. Esta presión estética, presente para todo el mundo, es mucho más agresiva con las mujeres, y más aún en industrias dedicadas al entretenimiento y la imagen.
Elisabeth Sparkle (Demi Moore), la protagonista de ‘La sustancia’, fue una gran estrella de Hollywood hace tiempo, y aquellos años dorados aún viven en la memoria colectiva de toda una generación. Sin embargo, a sus sesenta y pocos, a nadie parece interesarle ya lo que tenga que ofrecer. Relegada a un programa televisivo de pilates de no demasiada audiencia, Elisabeth pasa la mayor parte de su tiempo ansiando ser todo lo que un día fue. Su vida cambia cuando llega a sus manos información confidencial para adquirir un producto experimental que crea un álter ego más joven y “mejorado” de quien accede a consumirlo. La condición para usarlo es que ambos cuerpos deben alternarse cada siete días exactamente, y cualquier alteración de las normas tendrá consecuencias irreparables.
En su segundo largometraje, Coralie Fargeat, directora de ‘Revenge’, viaja a Los Ángeles para retratar la putrefacción de una sociedad que se esconde bajo el glamour hollywoodiense. De esta manera, la película opta por una estética artificial, con colores llamativos y decorados de diseño, pero sin ahorrar al espectador ni un segundo de visceralidad, entrañas y sangre. Sin duda, una alegoría de la superficialidad que plasma.
Apoyándose tanto en Cronenberg
como en la New French Extremity (movimiento cinematográfico que se dio en Francia a principios de los 2000 caracterizado por sus historias truculentas y su violencia explícita), Fargeat ha creado un nuevo paradigma en el subgénero del body horror. ‘La sustancia’, además de su trasfondo feminista y social, es una película que conoce y juega a la perfección con los códigos del terror y hace con ellos una fiesta tan sangrienta como divertida. La cineasta mantiene un admirable pulso narrativo, generando un constante estado de tensión y extrañeza, permitiendo al filme explotar en varios momentos sin perder nunca el control.Mucho del mérito lo tiene Demi Moore, encarnando las consecuencias del machismo y edadismo que seguramente haya vivido de primera mano y lanzándolas a la pantalla con valentía y rabia. Las grandes estrellas nunca se apagan, por mucho que Hollywood quiera convencernos de lo contrario. También su doppelgänger en la ficción, Margaret Qualley, inyecta -nunca mejor dicho- en su personaje una electricidad peligrosa, dotándolo de ambigüedad y sugerencia.
Las tres mujeres al frente de ‘La sustancia’ -Fargeat, Moore, Qualley- representan a distintas generaciones atravesadas, cada una a su manera, por un ideal de belleza inalcanzable que, literalmente, crea monstruos. La exagerada y satírica naturaleza de la película no impide nunca ver la verdad desde la que está realizada. Fargeat busca impactar, provocar incluso, pero lo hace con el objetivo de indagar en las propias entrañas del problema, de mostrar lo asqueroso que subyace detrás de todo aquello que es falso.
El gran éxito de ‘La sustancia’ es que su denuncia social no opaca su alma de espectáculo gore, gamberro y extremo. La cineasta, a base de referencias y discursos bien asimilados, ha elaborado un cóctel explosivo, diseñado para quedarse clavado para siempre en la retina de los espectadores.