Cuando pulsas «play» para escuchar el cuarto disco de Leon Bridges, tardas 10 segundos en averiguar si hay algo sonando o no. Es la primera advertencia de que el artista de soul y R&B se va a tomar las cosas de manera reposada, huyendo de las prisas del-mundanal-ruido. ‘Leon’ es un recorrido tranquilo por el estado de Texas que le vio nacer, por vecindarios como Rosedale en Austin y ciudades como Laredo. Con grabaciones realizadas en El Desierto de Ciudad de México, el disco toma definitivamente un poso sosegado y reflexivo. Pues eso, desértico.
Las historias que nos cuenta el artista en estas 13 canciones son entrañables. Una chica con una corona de diamantes que le enamoró bailando en ‘Laredo’. Los pequeños placeres de la vida, como las joyas de oro, unos mocasines negros, un vaquero azul y un Bourbon en ‘That’s What I Love’. Incluso aquel día en que su padre le dijo «vete a casa o irás al infierno» cuando se cruzaron por primera vez con unas prostitutas (‘Panther City’).
Las texturas de estas canciones son extremadamente suaves, en el caso de ‘Laredo’ con la flauta de Jim Hoke y un no menos importante trabajo a las guitarras acústicas de Ian Fitchuk y Nick Bockrath. En el caso de ‘That’s What I Love’, con hasta 7 instrumentistas al violín, la viola y el violonchelo y 2 a las voces de fondo, Joshua Moore y Madeline Edwards.
La producción del álbum está llamada a ser calificada con adjetivos como «exquisita», «deliciosa» y «merecedora de un Grammy». Apple registra hasta 10 acreditados entre productores y, sobre todo, ingenieros de grabación. Leon Bridges ha hilado bien fino en un disco que rehuye de playlists y del sonido comercial por el que han optado seguidores del soul como Lighthouse Family o Bruno Mars. Hasta el punto de pecar un poco de plano.
En la portada de ‘Leon’, Bridges posa junto a un pequeño lago, sentado en una silla y mirando a cámara. El logo de Columbia Records apunta a clásicos de Billie Holiday, algún disco de Aretha Franklin y el último de Marvin Gaye. Pero él ha apostado por un sonido mucho más casto. Uno en el que se siente a gusto llorando (‘When a Man Cries’), recordando un primer amor (‘Simplify’), uno en el que todo es literalmente un remanso de paz (‘Peaceful Place’).
El artista deja para el cierre una cucada como ‘Ghetto Honeybee’ y una canción que asegura que Dios quiere a todo el mundo. En este planeta inmerso en varias guerras, en el que hay asesinatos racistas y homófobos, ‘God Loves Everyone’ suena un tanto irreal y fuera de tiempo. Si abres el periódico, es evidente que Dios quiere más a unos que a otros. Supongo que sonar tan ajeno a la actualidad fue siempre el cometido del autor de ‘Coming Home‘.