Este año se cumplen 40 años de la publicación de uno de los clásicos de pop navideño que más se han afianzado en la última década: ‘Last Christmas’ de Wham! Su aniversario coincide con el de ‘Do They Know It’s Christmas?’ de Band Aid, el single benéfico colectivo con el que rivalizó y que acabaría quitándole el número 1 navideño en el Reino Unido aquel lejano 1984.
La BBC ha emitido recientemente dos documentales en los que rememora la gestación de ambas canciones. El dedicado a Band Aid rescata imágenes inéditas de la grabación, en las que se ve a George (que también participó en la canción) entrevistado por Paula Yates, a quien explica que van a lanzar ‘Last Christmas’ en breve y que espera que sea su siguiente número 1… incluso canta un poco la canción. Irónicamente George llegó al estudio directamente desde Suiza, donde el día anterior había concluido la filmación del videoclip de ‘Last Christmas’.
Pocas semanas después se sabría que Wham! no conseguiría el nº 1 en el Reino Unido, un tipo de hit que en aquel país ha sido siempre una gesta muy ansiada y simbólica para sus artistas. En 1984 George y Andrew llevaban ya dos números 1 (‘Wake Me Up Before You Go-Go’ y ‘Freedom’), además de un tercero de George en solitario (‘Careless Whisper’), así que en circunstancias normales ‘Last Christmas’ habría llegado a lo más alto. Ahora sabemos que aquel nº 2 de 1984 se convertiría por fin en un nº 1 navideño en 2023.
El empeño de lxs fans de George Michael sin duda tuvo que ver en el logro del año pasado, pero la razón postrera de ese triunfo —y de la ubicuidad general a nivel global de ‘Last Christmas’ cada navidad— es simple y llanamente que en la última década se ha consolidado gradualmente como un clásico, aceptado y querido por casi todo el mundo. El tiempo ha colocado a esta canción en el lugar que merecía en el olimpo del pop navideño, e incluso más allá: el año pasado presencié a la clase de mi hijo cantando la canción en el festival navideño de su colegio, donde sonó con total naturalidad en medio de villancicos más tradicionales. El público presente, de todas las generaciones, cantó y aplaudió: ‘Last Christmas’ aparecía normalizada ya completamente en el canon navideño tradicional.
Algo tiene de tremendamente atemporal y bella la melodía que George Michael compuso para que esto ocurra 40 años después. Por supuesto, hay otras razones para explicar este legado: como su cinematográfico y entrañable videoclip, que una vez concluido 1984 la MTV y otros canales de vídeos musicales volvían a recuperar cada nuevo año durante el mes de diciembre, perpetuando la canción en los oídos y ojos de una generación de adolescentes amantes del pop (la mía) año tras año durante el resto de la década de los 80. O su inclusión en la muy influyente recopilación ‘Now! The Christmas Album’, lanzada en 1985 y que vendió millones de copias en UK, con el consiguiente impacto en las escuchas de navidad de la siguientes décadas en los hogares de aquel país (en una época en la que fue prácticamente la única recopilación navideña de pop). Pero nada de esto es en sí suficiente para pasar a la historia (¿quién se acuerda de ‘Thank God It’s Christmas’ de Queen, también clasificada en listas en 1984, y también incluida en ‘Now! The Christmas Album’? Efectivamente, nadie).
Por eso el verdadero secreto del legado de ‘Last Christmas’ es la inmensa calidad de la canción y su melodía eterna y tremendamente melancólica. De hecho ha habido ya muchos análisis detallados de lo que tiene de especial: uno de los mejores lo realizó en 2020 el pianista francés Chilly Gonzales en el podcast ‘Switched on Pop’, donde explicaba las bondades de la canción, destacando la simplicidad de la secuencia de acordes (simplemente cuatro, sonando en loop por igual en estrofas y estribillos), o el hecho fascinante de que la canción comienza con dos estribillos y un motivo instrumental, y la estrofa no llega hasta pasado un minuto. También exponía lo inusual de la construcción melódica de estos elementos, porque estribillo y motivo instrumental tienen una melodía estable, pero las estrofas son puros “ad lib” que van variando según George decide cantar la letra, un enfoque que Gonzales relacionaba con la técnica operística del “recitativo”.
Ciertamente ese aspecto casi random de las estrofas es fascinante, sobre todo por la cantidad de buenísimas melodías improvisadas que Michael fue capaz de arrancarle a la letra: versos como “once bitten, twice shy”, “now I know how fool I’ve been” o “tell me, baby, do you recognize me?”, son ganchos tan buenos como los del propio estribillo, completamente coreables a pesar de sonar solamente una vez en toda la canción.
Hay más factores, como la melancólica letra de desamor que contrasta con una música que te somete a deliciosos vaivenes de felicidad y pena, o simplemente la impresionante interpretación vocal de Michael. Pero personalmente tengo mi teoría particular sobre qué hace que ‘Last Christmas’ sea tan seductora y toque el corazón de tanta gente, y es el hecho de que técnicamente se trata de una “demo de alta fidelidad”. La intención de George al grabarla era mantener el espíritu de esa maqueta de 4 pistas que creó una tarde de domingo en su casa, mientras Andrew veía un partido en la tele (como relatan en el docu de la BBC). Con su discográfica dispuesta a concederles lo que pidieran después de obtener tres números 1, George consiguió lo que quería, que era poder grabar la canción él solo, a la manera de la maqueta, pero en un estudio con más calidad. Programó la caja de ritmos por su cuenta (la cálida y legendaria LinnDrum), y grabó todos los teclados con un único Roland Juno 60. Incluso la duda que albergaba hasta hace poco la línea de bajo eléctrico la disipa Andrew Ridgeley en el documental, afirmando que la grabó George también.
Todo esto ocurría bajo la mirada atenta del ingeniero de sonido Chris Porter, quien en el documental habla de un George en la cima de sus poderes, sabiendo exactamente lo que quería para la canción, y destaca lo crucial que fue que George trabajase “sin intermediarios”. Así es como consiguió mantener el espíritu de la maqueta original, que es algo que tantas veces muere cuando los artistas entran en un estudio y pierden el control de su propia canción, o del sonido que va a resultar de la grabación. Una grabación que en este caso dejó espacio para un arreglo sorprendentemente simple, para una estructura caprichosa e impredecible, para unos fenomenales redobles programados que son tan absolutamente lo que un baterista NUNCA haría, o para esa voz magistral, sí, pero que a la vez hizo sus ad libs sin ser cuestionada por un productor obsesionado con estructura y predictibilidad. El resultado fue verdadera magia capturada en las capas magnéticas de la cinta master, y algo de eso, de esa magia preservada, cala sin duda en lxs oyentes. Es algo sincero, no artificial, que se acaba captando.
Esta forma de trabajar —sin intermediarios ni concesiones— daría en los 80 algunas de las mejores canciones de artistas completamente reivindicados en la actualidad, gente como Prince o Kate Bush, y es muy llamativo que la canción en la que George Michael aplicó la misma filosofía haya sido a la postre la más celebrada. Una filosofía en la que fueron pioneros, anticipando el trabajo de miles de artistas de bedroom pop que vendrían después, incluso aquellxs que cuentan —como George— con acceso a estudios millonarios pero que esencialmente hacen música personal sin concesiones ni intermediarios: Billie Eilish es un buen ejemplo, y de hecho existe un paralelismo bien curioso entre ‘Last Christmas’ y uno de sus mejores temas de este año, ‘Birds of a Feather’. Ambas canciones comparten los mismos cuatro acordes, en secuencia constante durante estrofas y estribillos, y en la canción Billie acumula más y más secciones melódicas nuevas, muy al estilo ad lib de George. Con BPMs casi idénticos, son dos canciones esperando a ser ennoviadas en un mash-up.
El éxito de canciones como la de Billie en paralelo a la creciente vigencia de ‘Last Christmas’ no parece pues una coincidencia. Simplemente la historia se ha puesto al día de los méritos musicales de George Michael, que hay que recordar que no siempre fueron tan loados por la crítica. De hecho se ha ido disipando la opinión bastante generalizada en sus primeros 20 años de vida —y que estamos olvidando rápidamente— de que ‘Last Christmas’ era una especie de clásico navideño, pero “kitsch” (el propio Chilly Gonzales la denomina así en el podcast anteriormente mencionado), especialmente por sonar tan ochentero a causa de sus sintetizadores. Que se podía disfrutar pero arqueando la ceja con la sempiterna ironía de los 90. En ese sentido, quizá la primera versión puramente post-irónica fue la de Erlend Øye de los Kings of Convenience en 2002, aunque seguramente todavía adolecía de la impronta de “autenticidad” que da una versión con guitarra acústica y acordes menores.
Por suerte la llegada de un ejército de millenials y Gen Zers, que en su metamodernidad no practican ese tipo de ironía, y que han asimilado el sonido del pop con sintetizadores como algo clásico, atemporal, y con valor, destruiría definitivamente aquellas anticuadas nociones, arrastrando al resto del mundo con ellxs.
‘Last Christmas’ es todo esto y muchas cosas más. Un último apunte, pues, a modo de epílogo para decir que la canción nos deja otro legado más a nivel musical: el de un subgénero que podríamos denominar “synthpop navideño melancólico”. Una serie de canciones cuya arma principal para evocar el oropel, brillantina y melancolía inherentes a las fiestas es el sintetizador. Del mítico ‘Anorak Christmas’ de Sally Shapiro al ‘So Cold You’re Hurting My Feelings’ de Caroline Polacheck, pasando por el enorme ‘Merry Xmas’ de Dragonette o el reivindicable ‘This Fucking Time of the Year’ de Charles Cave, nada dice “Navidad” como una buena canción de desamor con las sonoridades vaporosas del pop de sintetizadores. Esto también es herencia directa y exclusiva de la obra con la que George Michael pasará a la historia.