“Esto pasó en Yale” es lo primero que aparece en pantalla en ‘Caza de brujas’, el último trabajo de Luca Guadagnino. La fuente de este texto y el de los créditos que se muestran posteriormente es la misma que la que utiliza Woody Allen, incluyendo la particularidad de presentar al reparto en orden alfabético. No hay ninguna sutileza en esta provocación, que es toda una declaración de intenciones, un aviso de que la película se meterá de lleno en zonas grises e incómodas.
La referencia a la célebre universidad de Connecticut tampoco es casual, ya que el punzante guion de Nora Garrett se inspira claramente en una de las controversias más estrambóticas que se han vivido en un campus universitario americano. En 2015, el Comité de Asuntos Interculturales de Yale mandó un correo a los estudiantes en la víspera de Halloween pidiéndoles que tuvieran en cuenta las sensibilidades de todos para no ofender a nadie y que se evitara caer en la apropiación cultural con los disfraces.
Respondiendo a este email, Erika Christakis, profesora especializada en educación, envió otro junto a su marido Nicholas, también docente, abogando por la libertad de expresión y animando a los estudiantes a disfrutar de la fiesta y a vestirse como quisieran. Este último correo provocó protestas en el campus, incluido un encendido cara a cara contra los profesores que, finalmente, causaron la renuncia de ella.
Aunque es evidente que ‘Caza de brujas’ se nutre de este incidente, se trata totalmente de una obra de ficción que en lugar de en las tensiones raciales, se adentra en el pantanoso terreno del #MeToo. Todo comienza cuando Alma (Julia Roberts), una exitosa profesora de filosofía, se ve envuelta sin comerlo ni beberlo en un dilema moral y profesional cuando su doctoranda Maggie (Ayo Edebiri) acusa a Henrik (Andrew Garfield), su gran amigo y una suerte de discípulo suyo en el trabajo, de haberse sobrepasado con ella después de una fiesta en su casa.
El filme pone siempre el foco en Alma -una extraordinaria Julia Roberts- y en lo que sus dos pupilos esperan de ella. Las dinámicas de poder juegan un papel esencial, ya que los personajes lo buscan, se alimentan y se aferran a él para tratar de darle un propósito a sus vidas. Como en todo el cine del italiano, los protagonistas vuelven a ser complejos y antipáticos, pero gracias a ello consigue aportar una visión analítica y enigmática de sus acciones que dialoga directamente con el espectador. Este acercamiento es lo que hace que ‘Caza de brujas’ sea un ejercicio de cine tan fascinante como arriesgado. El director llena a la película de conversaciones académicas, de elevados e intelectuales intercambios de puntos de vista para capturar el universo académico y teórico alejado de la realidad en el que los personajes se mueven.
Guadagnino propone un juego de suspense en el que poco a poco van saliendo a la luz temas que incitan a la reflexión. Alma, de forma pasiva, se ve afectada por un hecho que no ha presenciado y que no tendría por qué afectar a su vida personal y laboral, sin embargo, su personaje está constantemente sufriendo las consecuencias: ella misma es un daño colateral del problema. El cineasta plantea la pregunta de si es justo exigir un posicionamiento cuando se desconocen los detalles de un caso individual. “No todo tiene que hacerte sentir cómoda” le dice un personaje a otro en determinado momento. Un comentario que funciona como tesis de la propia película.
El cineasta arremete contra todo y contra todos y no deja títere con cabeza en la que es su película más relevante socialmente. La hipocresía que se esconde detrás de los moralismos, lo peligroso de las generalizaciones, la importancia de la diferencia entre ser víctima y victimizarse o lo necesario que es dudar, debatir y escuchar son solo algunos de los frondosos jardines en los que se mete de lleno ‘Caza de brujas’. Prima por encima de todo la imprescindible reivindicación de la existencia de una enorme escala de grises. Porque hacerse preguntas siempre ha sido la única forma de entender la complejidad de la naturaleza humana.
