Pálida Tez son de Albacete, una de las ciudades indies españolas más señeras. Su sonido, sus melodías, sus voces, recuerdan a las hornadas de grupos post-Planetas y post La Buena Vida que existían a principios de los dosmiles, esos que editaban Jabalina o Elefant.
Sí: Pálida Tez muestran quiebros melódicos de Los Planetas de ‘Unidad de desplazamiento’. Los juegos de voces remiten a La Buena Vida. La voz de María Virosta, muchas veces a dúo con la de Samuel Cuevas, el principal compositor del grupo, tan queda, recuerda a Irantzu Valencia. En directo, incluso se acercan a sus compatriotas Surfin’ Bichos. Sus guitarras evocan a My Bloody Valentine: no hay más que escuchar la tormenta sónica con la que nos reciben, nada más arrancar el disco, en ‘Dibujo animado’.
Pero Pálida Tez son de aquí y ahora: un grupo joven que ha sacado su primer disco con El genio equivocado. Y que, lejos de sonar nostálgicos, logran llevar ese sonido tan tardo-noventero a 2025. Sus letras, tristes, incluso un poco hostiles, reflejan un malestar muy actual. ‘Un extraño estado de ánimo’, más que extraño, es de derrotismo susurrado, asumido con resignación y rabia desganada: ‘Dibujo animado’ puede parecer divertida en la superficie, pero expresa la amargura de quien se sabe no dueño de su destino, atascado en dos dimensiones, siempre igual.
Las referencias dosmileras irrumpen a saco en ‘Wong Kar-Wai’: usan el nombre del director de culto de Hong Kong, sobre un riff de sintetizadores pegadizos, y un ritmo trepidante, para ilustrar una historia de desamor con referencias cinematográficas. No es el único famoso que aparece: ‘Varoufakis’ se dibuja entre guitarras shoegaze distorsionadas, que contrasta con el sosiego y cierta sorna con la que canta la enterrada voz de María.
Pero la pieza más derrotista, a pesar de su aparente dulzura, es ‘Ser adulta es un disfraz’: un relato de la rutina sin fin que comporta hacerse mayor, el trabajo precario, los interminables trayectos en transporte público. Dibuja una desazón que no puede disimular ni su guitarra acústica ni los ligeros sintetizadores. La nostalgia por la niñez, por el tiempo inocente y más feliz, sin preocupaciones, emerge en ‘Último partido’, que arranca calmada para ir haciéndose trepidante en ritmo, que no en ánimo. El cierre es tan indie como emocionante, con el juego entre los reverbs de teclados y guitarras, dibujando bonitas melodías.
La canción más pegadiza y que deja más impronta es ‘Lo que hay’, una sencilla canción de amor con ciertas querencias folkies y de bossa nova, con un hermoso estribillo, aunque no pueden evitar que el derrotismo también asome, a pesar de la rendida admiración: “Será inapropiado a estas alturas preguntar / si alguna vez pensaste en mí como algo más”. Pesimismo pop dulce para nuevas generaciones.