Pese a su pinta (y actitud) de gamberro incorregible, las canciones de DeMarco suenan lejos de esa imagen: en su nuevo largo, incluso se enfunda un traje de romántico algo anticuado, a lo Sean Nicholas Savage.
Un disco caótico y deslavazado, en el que un montón de buenas canciones se pierden a veces entre tanto colaborador ilustre e interludio. Pero, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que uno espera de la banda sonora de un mundo apocalíptico?
El extenso combo madrileño de rap se estrena en un sello con un disco no demasiado innovador pero ambicioso, elegante y con gancho. Y, también, repleto de jugosas referencias a la cultura pop y el arte.