Además de un buen disco de rock, el debut de esta banda de Londres supone un rayo de esperanza en cuanto implica que el género sigue interesando a las nuevas generaciones, tanto encima como al pie del escenario.
En su nuevo disco, Black Lips ha desistido en su intento de hacerse un hueco en el mainstream, o en esa zona en el limbo entre el indie y ser cabeza de cartel del FIB, y han optado por la anarquía.
Adéntrate en la madriguera de Feist y recuerda que nunca es tarde para una nueva primera vez (advertencia: cuidado con el sample de Mastodon, que muerde).
Pese a su pinta (y actitud) de gamberro incorregible, las canciones de DeMarco suenan lejos de esa imagen: en su nuevo largo, incluso se enfunda un traje de romántico algo anticuado, a lo Sean Nicholas Savage.
Un disco caótico y deslavazado, en el que un montón de buenas canciones se pierden a veces entre tanto colaborador ilustre e interludio. Pero, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que uno espera de la banda sonora de un mundo apocalíptico?
El extenso combo madrileño de rap se estrena en un sello con un disco no demasiado innovador pero ambicioso, elegante y con gancho. Y, también, repleto de jugosas referencias a la cultura pop y el arte.