Esta película debería venir con una advertencia de que te va a destrozar el día si no estás muy fuerte de ánimos. Y no porque sea otro de esos típicos melodramas gais con final infeliz que tanto abundan. Lo último de Andrew Haigh es bastante distinto y funciona a otro nivel a la hora de darte patadas en el estómago. Lo mejor de la película es su atmósfera, entre íntima y onírica, que es esencial para que te creas la historia; una reflexión sobre la soledad, las oportunidades, los recuerdos y los fantasmas del pasado, lo suficientemente ambigua para mantenerte intrigado y abierta a interpretaciones para generar debate. Luego destacan sus actores, sobre todo Andrew Scott y Claire Foy. Y para terminar me ha gustado el uso de la música, algunas canciones especialmente (una escena en concreto a ritmo de Blur), aunque otras elecciones son quizá algo obvias y funcionan casi como un subrayado (o autospoiler) sobre ciertos aspectos de la historia. No es una película para todo el mundo, habrá quien no entre en su propuesta, pero ya os digo que a otros les va emocionar y mucho.