Es la adaptación que hizo Eloy de la Iglesia del clásico de Henry James a mediados de los 80. Me ha gustado, aunque me sigo quedando con la versión de Jack Clayton. El terror no funciona aquí todo lo bien que debería, pero sin embargo es mucho más explícita en cuanto a las connotaciones sexuales turbias y pedófilas del relato. En esta ocasión, la institutriz se transforma en un ex-seminarista reprimido (excusa para que De la Iglesia ponga a un joven guapo con la camisa abierta hasta el ombligo explorando una mansión en busca de fantasmas candelabro en mano), por lo que el tira y afloja de provocación y represión del deseo con Miles (ahora Mikel) cobra un cariz homoerótico, que se retroalimenta con las sospechas del ex-seminarista de abusos al niño por parte del difunto criado. La verdad es que toda esa parte funciona bien, aunque no deja de ser un tanto problemática, vista con ojos de hoy, la manera en que el director rueda al niño como objeto de provocación erótica de su maestro. Luego, me ha gustado bastante Queta Claver como el ama de llaves y el hecho de que la mansión donde sucede todo no sea otra que el palacio Miramar de San Sebastián.