Ganó Sitges este año y el Oso de Plata en Berlín, y es la candidata por Austria a los Oscars. Estrictamente no es una peli de terror, sino sobre la depresión, pero su visionado es capaz de hundirte el fin de semana: dos horas de sufrimiento, desesperación y putrefacción non-stop; una cinta cruda y durísima, sin concesiones, sin twinks, que te deja bastante tocado. Es la historia de una chica que contrae matrimonio en la Austria rural del siglo XVIII (con un costumbrismo sucio y una estética que recuerda a películas como The Witch) pero su nueva vida como casada no resulta como esperaba: horas de trabajo duro, soledad, una suegra que la anula, un marido que no la toca... tan solo una rutina miserable, religión y superstición, que poco a poco la va hundiendo en la melancolía más profunda de la que solo hay dos maneras de escapar (explicadas de manera muy gráfica en dos ejemplos de personajes de ese pueblo). En resumen, una buena película pero una experiencia poco agradable.