Es una superproducción francesa que luce bien en pantalla aunque su estilo narrativo sea por momentos de una grandilocuencia hortera, con cámaras lentas y algunos planos que bordean el kitsch, pero ninguna queja porque en el fondo ese estilo es el que le pega a la historia, que no deja de ser un culebrón febril y entretenidísimo de máscaras, traiciones y venganza. Las tres horas se pasan en un suspiro y no puedes pararla y dejar la mitad para mañana.