El verano pasado me atacó un perro sin haberle hecho yo absolutamente nada más que caminar al lado. Se me encaró y me empezó a perseguir, y a rodearme, ladrando a saco, y con bien de enseñar los dientes. Incluso llegó a rozarme la pierna con el hocico en un bocado que metió al aire.
Lo único que se me ocurrió fue intentar ignorarle, y aún así el muy cabrón me siguió hasta la puerta de casa. De hecho, le cerré la puerta en las narices porque entraba... Juro que pasé miedo de verdad.
A todo esto, la hijaputa de la dueña pasó kilo y medio. Vaya, que lo llamaba, y llya. Ese fue su puto movimiento.
No sé cómo se razona con un perro alterado, pero desde luego llamarle no funciona.