Imagina que tienes la posibilidad de participar en un torneo en el que puedes ganar un trofeo de la polla, el mejor premio que te darán en tu vida. Imagina que participas de forma imprevista, cuando te llega el momento, pero nunca lo eliges tú: y tienes una sola oportunidad. Llega el momento y te toca. Juegas y pierdes. Ya está, no tienes más posibilidades. Has perdido. Ya no puedes ganar ese premio. Lo asimilas y te das cuenta de que no hay más. No hay esperanza. No hay milagros. Tu turno se ha ido. Y tú te quedas así hasta el final.