Eran las cuatro de la tarde cuando me quité las botas y noté la arena contra la planta de mis pies. HabÃa llegado al fin del mundo, más allá no habÃa nada más que aire y olas, un vacÃo que llegaba hasta las costas de China. Aquà es donde empiezo, me dije, aquà es donde mi vida comienza.
Me quedé en la playa largo rato, esperando a que se desvanecieran los últimos rayos del sol. Detrás de mÃ, el pueblo se dedicaba a sus actividades, haciendo los acostumbrados ruidos de la Norteamérica de fines de siglo. Mirando a lo largo de la curva de la costa, vi cómo se escondÃan las luces de las casas, una por una. Luego salió la luna por detrás de las colinas. Era una luna llena, tan redonda y amarilla como una piedra incandescente. No aparté mis ojos de ella mientras iba ascendiendo por el cielo nocturno y sólo me marché cuando encontró su sitio en la oscuridad.