Lo tengo que contar, porque si no, reviento:
Un trío. Uno de ellos, un treintañero de muy buen ver. Pero el otro, EL OTRO.
Italiano, veinteañero, cachísimas, con unos hombros que eran como mi cabeza. Y encima, majo, estudiante de Bellas Artes, amante de los videojuegos y pollonazo.
Lo malo es que era tan activo como yo y en un par de momentos ha habido lucha de sables, pero sin heridas que reseñar. Menos mal que el tercero ha mediado y era versátila.
Volveré a quedar con él, trío mediante, o para echar unas partidas al SoulCalibur, donde me ha dicho que es un máquina.
Es que es para quererle.