Voy a dar algo de vidilla a esta funesta tarde contando el último allanamiento que hemos sufrido.
Como ya sabéis, mi casero no tiene ningún sentido de la vergüenza y se nos cuela en casa cuando le da la gana; para revisar las alarmas de incendio, para enseñar la casa unos amigos o se viene con la mujer para contarnos que acaban de tener su primer nieto (cien por cien verídico). Es un hecho que, por mucho que me indigne y no alcance a comprender parece extendido en la cultura belga y he tenido que asumir muy a mi pesar. Pero esta última ya ha sido de portada.
No hace ni veinticuatro horas, estaba yo en mi cuarto con una amiga viendo RuPaul (cómo no) cuando la chipriota llama a mi cuarto para avisarnos de que hay niños en la casa. Sorprendidos, bajamos las escaleras y efectivamente, cuatro mocos de unos seis años y de tres etnicidades distintas dando gritos, con una señora rubia sonriente completamente desconocida plantados en mi cocina. Ante la obvia pregunta de "Quién eres y qué coño haces en mi casa no os perdáis la impagable respuesta.
"Soy la hija del dueño de la casa, estaba con mi cuñada y necesitaba usar el baño. Tenemos el coche fuera ahora nos vamos."
Efectivamente, la cuñada estaba metida en mi baño. ¿Y qué hacemos nosotros? Pues tragarnos la indignación suprema, sonreir y desearles que nuestro papel higiénico sea lo suficientemente suave para su peazo de coño.
Así que a modo de ejercicio decidimos enumerar todas las faltas de respeto de las que fuimos víctimas:
1.- Entrar en nuestra casa
2.- Entrar en nuestra casa sin avisar de que venían
3.- Entrar en nuestra casa sin avisar de que venían y sin siquiera llamar al timbre sabiendo que vivimos ahí
4.- No entrar solamente la que se está meando, sino la otra también y todos los churumbeles
Tía, si te estás meando es una urgencia y mi casa es la más cercana me llamas al timbre, me explicas quién eres, me pides por favor entrar al baño y yo decidiré si entras o no, que una emergencia la puede tener cualquiera. Pero no allanes mi casa con todo tu ejército de minions y tu puta cuñada sin decir nada.
¿Dónde están los límites? ¿Si le encuentro a las tres de la mañana haciéndose una tortilla le tengo que sonreir? ¿Si entra al baño a lavarse los dientes con mi cepillo le tengo que ofrecer mi pasta también?
No puedo estar más indignado. Cualquier día va a entrarnos un ladrón y le vamos a sonreír por la escalera mientras se lleva nuestras cosas.