Esta mañana desayunando se me ha ocurrido una historia de amor superbonita, a ver que os parece:
Esther y Mateo son amigos desde la infancia. Ahora Mateo es profesor de Latín Tardío y Medieval en la universidad de Budapest, vivé en un piso con Nietzsche, su papagayo. Esther trabaja de enfermera en un hospital de Toledo. Mateo siempre ha estado enamorado de Esther, nunca ha sido capaz de decírselo y cuando se marchó a Hungría, Esther conoció al que ahora es su marido y vive feliz con él y sus dos hijos. Ella siempre intuyó los verdaderos sentimientos de Mateo hacía su persona.
A pesar de todo y gracias a internet, hablan por Skype casi todos los días. La conversación siempre acaba de la misma manera, ella se despide con un “Adiós Mateo” al que él responde con un “Adiós Esther…” que cuando la llamada termina, continúa con un “…te quiero”. Mateo sigue tan enamorado como cuando se despidieron hace 4 años en el aeropuerto.
El tiempo sigue corriendo en los relojes hasta que un día se detiene en seco cuando a Esther le comunican que Mateo ha fallecido atropellado por un tranvía en la calle Kertesz.
Después el funeral, Esther le dice a la familia de él que volará a Budapest a recoger las cosas del piso de Mateo.
Escena final:
Esther está en el piso con casi todas las cajas listas para retirar. En sus manos tiene lo único que faltaba por guardar, una foto de Mateo y ella en el parque de atracciones de Madrid. Como queriendo poner punto y final a todo aquel dolor pasa sus manos por la fotografía y en alto con la voz temblando dice “Adiós Mateo”. Y es en ese preciso instante cuando el mundo de Esther se derrumba, pues desde la jaula como en la que habían estado presas tanto tiempo, Nietzsche, el papagayo, que ya sabía de memoria que seguía a esa despedida, dice estas palabras:
“Adiós Esther, te quero.”