Confieso: cuando estuve viviendo en Alemania me volví AA. Incluso llegué a pensar que tenía un problema porque todos los días no es que empinara el codo, es que NECESITABA empinarlo.
Me compraba botellas de vino barateras, de esas que el corcho no es ni corcho, y me las pimplaba por las tardes después de currar. ¿Que venía la casera a darse una vueltecita por el piso? Pues la invitaba a vino y nos chascábamos una botella. De hecho un día no pude ni ir a trabajar de la cogorza que me pillé la noche anterior.
Amiwas, de ahí al cartón de Don Simón hay un paso. Pero yo ya no, Patricia.