Hace un par de días, como estaba un poco triste, decidí darme un homenaje y hacerme una pizza. Hice la masa con mis propias manos y todo, reposándola con todo mi cariño durante una hora. Le puse champis, maíz, philadelphia, queso rallado ajo y cebolla en polvo. Todo pasado por la sarten, luego lo vertí en la masa ya estirada y al horno. Quedó riquísima, con la masa super esponjosa, y la salsa que sabía a pura felicidad. Además era enorme por lo que el atracón que me di fue bueno.
La cosa es que a la mañana siguiente no pude ir al baño, me había quedado atrancado, así que durante todo el día de ayer me puse en campaña de fruta y verdura para empujar un poco el tema y vencer el tapón que se había creado. Manzanas, peras, brócoli, ensalada y caldo. Durante todo el día de ayer no pude ir tampoco.
Hace un rato, por fin, el intestino ha dado señales de vida y ha empezado la fiesta. Primero ha salido la pizza, muy chicloso todo, y detrás ha salido toda la fibra de la fruta y verdura que ha arrastrado cualquier resto que podría haber quedado en la salida del intestido. Han sido como 20 minutos de reloj de pura alegría intestinal. He tenido que tirar dos veces de la cadena.
Me he quedado en la gloria. Vacío, limpio y ligero como una libélula.
Soy tan feliz ahora mismo que me da igual todo.