Los cuatro pelos de mostacho ya los llevaba por la mañana en San Sebastián y parecía un crío de 14 años al que su padre aún tiene que enseñar a afeitarse. Pero con esos ojazos era imposible echarle cuentas al bigote.
En la foto con el traje estampado está muy guapo, pero no deja de ser una extravagancia que hace equilibrismos sobre la fina línea del mamarrachismo.