Me sabe mal reconocer que durante los más de quince años en los que fui fan de Low no siempre los aprecié como se merecían. Algunos discos me resultaban demasiado extraños. Otros me resultaban demasiado limpios, poco interesantes. Y estos días que estoy revisitando su discografía en orden no cronológico me doy cuenta de que eran un milagro. Su discografía es una expresión cristalina de lo que significa el deseo en términos lacanianos, su discografía es un ejemplo de constancia, de confianza, de fe. Esa dedicación y esa confianza que a veces sólo detecto en algunos personajes muy creyentes (Unamuno, Kierkegaard, Jacint Verdaguer, Massimo Recalcati, Ingmar Bergman) o muy creativos (Fassbinder, Philip K Dick, Michael Gira de Swans). Low mostraron siempre una fidelidad a sí mismos incorruptible, una visión tan cristalina y propia, una demostración de fuerza y de constancia, una permanencia... que sale del cuerpo y del alma... su música es dolorosamente carnal, es dolorosamente psicológica. Está hecha con toda la persona. Y esas voces, esas melodías, esa percusión... es algo que hecho mucho de menos.