Yo entiendo que en una situación límite, en la que ves a tantísimas personas sufriendo y perdiendo la vida, y que requiere medidas draconianas de limitación de la libertad para conterla, cuyos efectos además no se ven hasta pasadas semanas, búsquemos culpables.
Y estoy convencido de que se están haciendo cosas mal. Se hacen mal muchas cosas en situaciones ordinarias, más aún en una crisis global como ésta para la que no hay manuales ni memoria, los medios son muy limitados en relación con las necesidades (EPI's, camas de UCI's, etc.), en la que el consenso científico está en plena formación y en la que, sin embargo, las decisiones se han de tomar y ejecutar en el momento, con elevados impactos económicos y sociales, y con una información limitada y con grandes dosis de incertidumbre.
Ahora, miro a los países de nuestro entorno y cultura política y, con diversas luces y sombras, no veo ningún país virtuoso que haya dado con la fórmula filosofal para solucionar esta crisis. Tristemente, el parámetro que ahora mismo más explica las diferencías de estadísticas de afectados y fallecidos de los países europeos es el tiempo desde que sufrieron los primeros casos.
Por supuesto, llegado el momento, habrá que depurar responsabilidades. Todas. Y revisar protocolos y medidas preventivas, pero ahora mismo creo que lo urgente prima sobre lo importante.
De todas formas, también os digo que se me hace más fácil empatizar con los familiares de los que han perdido un ser querido, o con la impotencia de los trabajadores sanitarios que se ven desbordados, que con la indignación del que le parece un escándalo que las medidas de salud pública le afecten a él que está sano y no sólo a los contagiados.