Como espectador muy a favor de que gane un país no favorito, pero como asistente al festival la verdad es que prefiero que lo organice un país que tenga experiencia.
Si no luego pasan cosas tipo Lisboa, con gente meando en un rincón de Praça do Comércio porque habían habilitado 20 baños para 5.000 personas. O Israel, que impunemente duplicó y triplicó el precio de las entradas con respecto al año anterior, y cuyo Consejo de Turismo toleró que se alquilasen colchones en azoteas a 50 y 100 euros la noche.
En ese sentido, Estocolmo fue redondo: actividades y eventos todo el día distribuidos por toda la ciudad, un euroclub para todxs (artistas, fans y prensa), precios de entradas muy accesibles (había tickets por 11 euros), y galas muy bien producidas. Aunque Suecia dé pereza, qué tranquilo me quedaría sabiendo que la SVT monta el tinglado en 2023.